All language subtitles for Amor de Perdição (Manoel de Oliveira, 1979)

AMOR DE PERDICI�N

AMOR DE PERDICI�N
Memorias de una familia

basado en la novela rom�ntica
de Camilo Castelo Branco

Sim�o Antonio Botelho,

qui�n dice as� llamarse
y ser soltero.

Estudiante de la
Universidad de Coimbra,

natural de la ciudad de Lisboa, y al momento
de su arresto, empleado como asistente en Viseu.

Edad: 18 a�os.
Hijo de Domingos Jos� Correia Botelho.

Sim�o Antonio Botelho,
quien dice as� llamarse

y ser soltero.
Estudiante de la Universidad de Coimbra,

natural de Lisboa

y al momento de su arresto,
empleado como asistente en Viseu.

Edad: 18 a�os.

Dieciocho a�os.

El esplendor escarlata y dorado
del despertar de la vida.

Gracia de un coraz�n
que a�n no sue�a con frutos

y donde todo se llena
con aroma de flores.

Dieciocho a�os.

Parti� hacia la India
el 17 de marzo de 1807.

El Jueves Santo, Marcos Botelho
estaba en frente de una dama,

su amante,
la cual le era infiel.

En la misma iglesia, tambi�n dirig�a su mirada
y su coraz�n hacia la misma mujer

un teniente de infanter�a.

Marcos reprimi� sus celos,
pero al salir se top� con el militar

y lo desafi�.

Los amigos de ambos
no pudieron calmarlos.

De repente, Luis, hermano de Marcos,
no pudo contenerse.

El teniente cay� muerto,

pero el asesino fue liberado
por la gracia del rey.

Domingos Botelho,
otro hermano de Marcos,

deb�a tener una vocaci�n.
Y la ten�a: era un excelente flautista.

Tocando la flauta, logr� mantenerse
dos a�os en Coimbra,

tiempo durante el cual
su padre suspendi� la manutenci�n.

Los ingresos no eran suficientes
para liberar al otro hijo de la pena de muerte.

Las artes con que el flautista se gan�
el aprecio de Do�a Mar�a I y Pedro III

no las sabemos.

Se dice que este hombre hac�a
re�r a la reina con sus chistes.

y...

gan�ndose los favores de la reina
para apaciguar la amargura de la dama,

Domingos Botelho se cas�
con Do�a Rita Preciosa.

Como el juez de la provincia de Cascais
quer�a un lugar de mayor prestigio,

se estableci� en Lisboa
en la parroquia de Ajuda, en 1784.

Ese a�o naci� Sim�o,
el segundo de sus hijos.

Domingos Botelho, de nuevo
con la ayuda de su buena fortuna,

obtuvo su traslado a Vila Real,
su mayor ambici�n.

Sim�o, con un a�o de edad,

lleg� a Oporto,
frente al convento de Monchique,

y desde all� se fue
con su familia a Vila Real.

La noble se�ora no era
dichosa con su marido.

Era severa porque extra�aba la corte,
la pompa de los aposentos reales

y su armonioso amor fue sacrificado
por los caprichos de la reina.

Pero esta desagradable vida
no le impidi� tener hijos.

Meneses, �qu� es todo esto?

Son amigos y parientes
que nos dan la bienvenida.

�En qu� siglo viven
en esta monta�a?

�En qu� siglo?

- En el siglo XVII, aqu� como en Lisboa.
- �Ah, s�?

Parece que el tiempo
se detuvo aqu� en el siglo XII.

Su marido opt� por re�rse de la broma,
a pesar de no ser halagadora.

En una comunidad en Vila Real,
los nobles de la ciudad

esperaban al compa�ero ciudadano.

Cada familia ten�a un palanqu�n
con el emblema familiar.

El de los Correias de Mesquita
era el m�s anticuado.

Los uniformes de los sirvientes eran los m�s
ra�dos y apolillados de entre todos los presentes.

Fernando Botelho,
el padre del juez,

se apart� del desfile
para darle una mano a su nuera.

�No habr� riesgo en mover
esta antig�edad?

Le aseguro que mi palanqu�n
a�n no cumple 100 a�os.

Y las mulas, no m�s de 30.

Sab�an que Rita Preciosa
era dama de Do�a Mar�a I,

pero por el orgullo
que mostr�,

se preguntaron
si ella misma era la reina.

Las campanas repicaron cuando el cortejo
lleg� a la casa de Fernando Botelho.

Do�a Rita le dijo a su marido
que la recepci�n era ruidosa y vulgar.

Es una hermosa morada
para los criados en palacios

en Mafra, Sintra,
Bemposta y Queluz.

Do�a Rita le dijo a su marido
que tem�a ser devorada por ratas.

Que las normas para la armon�a
de un matrimonio

no obligaban a morir de fr�o
a una esposa delicada,

acostumbrada a las almohadas
del palacio de los reyes.

Domingos Botelho se adapt�
a los deseos de su c�nyuge

y comenz� a construir
un peque�o palacio.

Sus recursos apenas bastaban
para construir los cimientos.

Le escribi� a la reina

y recibi� una subvenci�n
para terminar la casa.

Do�a Rita se rio de sus primos que,
por amor a ella, empolvaron torpemente sus pelucas,

y cabalgaron estrepitosamente
sus corceles,

pretendiendo conocer las virtudes de las
carrera h�picas del Marqu�s de Marialva.

Pero su esposo
ten�a otras preocupaciones.

El �nico mal que turb�
su esp�ritu fue el espejo.

Se ve�a a si mismo francamente feo,
mientras que Do�a Rita florec�a cada d�a.

Ni un solo ejemplo
en la historia antigua

de un amor nunca roto,
entre un marido feo y una esposa hermosa,

le llegaba a la memoria,

excepto el matrimonio
entre Venus y Vulcano.

Si se levantara
el velo de la perfidia,

no tendr�a que quejarme
con J�piter

ni ponerle trampas
a mis primos.

Junto con la carabina de Luis Botelho,
con la que mat� al teniente,

estaban los trabucos en los que el juez
era considerado un especialista.

Esta vida de sobresalto
dur� poco.

Gracias a sus amigos
fue transferido.

Fue enviado a Lamego,

y en 1801 ya era juez
de la Corte Suprema en Viseu.

�Qu� dice la carta?

Manuel dice que no puede vivir
con su hermano.

Le teme a su
naturaleza sanguinaria.

Dice que a cada paso
teme por su vida,

porque Sim�o compra armas
con el dinero de los libros,

convive con los agitadores
m�s conocidos de la universidad

y corre por las calles
por las noches

insultando a los habitantes
e incit�ndolos a pelear.

�Qu� verg�enza!

Mi hijo Sim�o es el vivo retrato
de su bisabuelo,

Paulo Botelho Correia.

El noble m�s valiente que
Tras-os-Montes haya tenido.

Manuel, m�s aterrorizado
por la violencia de Sim�o,

sale de Coimbra por vacaciones y va a Viseu
pidiendo a su padre un destino diferente.

Quiero, hijo m�o, que seas
cadete de caballer�a.

Parte hacia Braganca y se declara
noble para ser cadete.

Mientras tanto, Sim�o vuelve a Viseu
con los ex�menes aprobados.

El padre se sorprende por su talento
y perdona sus extravagancias.

Le pregunta sobre su vida
junto a Manuel.

�l quer�a que llevara
una vida mon�stica.

Los 15 a�os de Sim�o
parec�an 20.

Es fuerte y guapo,
pero sin ingenio.

Elige a sus amigos
entre la gente de Viseu.

Si Do�a Rita reprende
sus poco dignas elecciones,

Sim�o se burla de las genealog�as. Sobre todo,
la del General Caldeir�o, que muri� frito.

Esto provoc� resentimiento
en su madre.

Al ver las cosas a trav�s
de los ojos de su esposa,

el juez comparti�
el desagrado por su hijo.

No compartes con traidores, �verdad?

Al final de sus vacaciones,
el juez tuvo una gran desavenencia.

Un sirviente que llevaba
las mulas a beber,

ya sea por negligencia o a prop�sito,
rompi� unos jarrones.

Los due�os lo golpeaban
cuando Sim�o pasaba por all�.

Domingos Botelho rugi�
contra su hijo

y orden� al oficial
que lo arrestara.

Do�a Rita, no menos enojada,
pero madre al fin,

envi� dinero en secreto a su hijo
para que huyera a Coimbra

y esperara all�
el perd�n de su padre.

Sim�o Botelho trajo consigo
arrogantes convicciones sobre su valent�a.

Sus recuerdos lo inspiraban
a nuevas haza�as.

La mayor�a de los estudiantes

simpatizaban con las gagosas
teor�as de libertad,

m�s por intuici�n
que por conocimiento.

Los revolucionarios franceses no hab�an
podido llevar sus clamores a este rinc�n del mundo.

Las doctrinas de regeneraci�n social
por medio de la guillotina

ten�a t�midos defensores
en Portugal,

pero �stos eran parte
de la nueva generaci�n.

Las tropas comandadas por el duque
de Laos no detuvieron esta lucha,

porque Luis Pinto de Sousa negoci�
una paz ignominiosa en Badajoz,

cediendo Olivencia a Espa�a,

excluyendo a los brit�nicos
de los puertos,

y compensando a Francia
con varios millones.

Mirabeau, Danton, Robespierre y otros
son los nombres de la revoluci�n.

Quien los desacredite en mi presencia,
tendr� que enfrentarme.

Sus discursos, parodias de alguna
diatriba clandestina de Saint-Just,

hicieron huir a quienes le hab�an aplaudido
por sus principios m�s racionales de libertad.

Un d�a proclamaba el demagogo
acad�mico a los pocos fieles restantes

por temor,
o por afinidad espiritual.

Portugal s�lo puede regenerarse
mediante un bautizo de sangre,

para que la Hidra de los tiranos
no pueda levantar otra de sus cabezas

contra el club de los
H�rcules del pueblo.

El discurso se hizo m�s intenso
mientras hablaba de regicidio,

cuando un grupo de arqueros
enfri� su exaltaci�n.

El jacobino, rodeado y desarmado
por los arqueros,

fue llevado a la c�rcel acad�mica.

Gracias a los amigos de su padre
y a familiares de Do�a Rita Preciosa,

fue liberado
seis meses m�s tarde.

Perdido el a�o acad�mico,
Sim�o volvi� a Viseu.

El juez rechaz� su presencia,
amenaz�ndolo con expulsarlo de la casa.

Su madre, m�s por deber
que por amor,

intervino y logr� que su hijo
se sentara en la mesa com�n.

En tres meses, las costumbres de Sim�o
cambiaron extraordinariamente.

Comenz� a despreciar la compa��a
de la gente com�n.

Raras veces sal�a,

solo o con su hermana menor,
su favorita.

Los campos, los �rboles y otros lugares lejanos
y misteriosos, eran sus lugares de descanso.

En las dulces noches de verano,
permanec�a fuera hasta el amanecer.

Sim�o, ya estamos a la mesa.

En casa, se encerraba en su cuarto
y s�lo sal�a para sentarse a la mesa.

Sim�o Botelho estaba enamorado.

Amaba a una vecina, una ni�a de 15 a�os,
rica heredera,

ordinariamente hermosa
y de buena familia.

Desde su ventana la vio por primera vez,
y desde entonces la am�.

Sim�o se lo confi�
a su hermana menor.

Teresa no era insensible a la herida
inferida en el coraz�n de su vecino.

Ella tambi�n lo amaba
con una seriedad inusual para su edad.

Este amor era
singularmente discreto.

Se hablaron durante tres meses
sin que los vecinos lo notaran,

ni que sus familias sospecharan.

Se prometieron el uno al otro
un futuro honesto.

Dicen que el amor a los 15
es s�lo un juego,

la �ltima manifestaci�n de amor
por las mu�ecas,

el intento del pajarillo
de volar fuera del nido

siempre con los ojos
fijos en la madre

que desde la cercan�a
le est� llamando.

La hija sabe lo que es amar mucho,
como la madre sabe lo que es volar lejos.

Yo, Teresa de Albuquerque,
soy quiz�s una excepci�n con mi amor.

Mi familia es odiada por el padre de Teresa
como resultado de un litigio

donde mi padre
emiti� juicios contra �l.

Tambi�n her� a dos de los criados de su padre
durante una disputa en la primavera.

Es obvio que el amor de Teresa,
neg�ndose a someterse a la dureza de su padre,

es fuerte y verdadero.

�Padre!

�Padre!

Dieciocho a�os.

Y desterrado de su hogar,
del amor y la familia.

Nunca m�s el cielo de Portugal
ni la rehabilitaci�n, ni la dignidad,

ni un amigo.

Odio.

Odio, s�, contra las falsas virtudes de los
hombres, que se volvieron b�rbaros en nombre del honor.

Dieciocho a�os...

Cuando lo llamaron
para partir hacia Coimbra,

se levant� de la cama
tan transfigurado

que su madre,
al ver su rostro angustiado,

entr� a su cuarto para decirle
que no se marchara estando febril.

Pero Sim�o, con mil proyectos en mente,
pens� que era mejor partir hacia Coimbra.

Ten cuidado, Sim�o.

Te aseguro que te abandonar� totalmente
si cometes nuevas extravagancias.

Mi padre me encerrar�
en un convento por tu culpa.

Sufrir� todo por
mi amor por ti.

No me olvides. Volver�s a encontrarme
en el convento, o en el cielo.

Siempre tuya y fiel.

o en el cielo.
Siempre tuya y fiel.

Ve a Coimbra.
Te enviar� mis cartas.

En la primera, te dir� el nombre que usar�s
para responder a tu pobre Teresa.

El cambio en el estudiante
sorprendi� a la academia.

Si no estaba en clase,
no pod�an encontrarle.

S�lo le confi� sus secretos
a Teresa

en largas cartas que le permit�an
descansar de las tareas de ciencias.

En ese entonces, Manuel Botelho,
un cadete en Bragancia destacado en Oporto,

se gradu� y se dedic� de lleno
a las matem�ticas en la academia.

La noticia del cambio
de su hermano lo anim�.

Se fue a vivir con �l.

Lo encontr� tranquilo, pero absorto
en una idea que lo hac�a insoportable.

Vivieron juntos un corto tiempo,
dado el desafortunado amor de Manuel Botelho

por una mujer de las Azores,
casada con un acad�mico.

La apasionada mujer se perdi�
entre las ilusiones de su amante.

Dej� a su marido y huy� con Manuel
a Lisboa, y de all� a Espa�a.

El padre de Teresa no iba
a discutirle al juez

si el matrimonio de sus hijos
hab�a podido conciliar el odio

y el desprecio entre las familias.

La madre de Rita prohibi� a sus hijas
intercambiar miradas con ellos.

Al d�a siguiente, alentada por la simpat�a
de ese gesto de amistad,

Rita volvi� a la ventana.

Vio a Teresa mir�ndola,
como esperando.

�Eres mi amiga?

Un d�a vas a ser
mi hermana.

No le digas nada
a tu familia.

Nos har�a mucho da�o,
a m� y a Sim�o.

�C�mo se atreve?
�Ya no hay respeto en esta casa!

�No te atrevas a poner tus ojos
en mi familia!

Si te quieres casar, c�sate con un zapatero
que sea un yerno digno de tu padre.

Teresa no escuch�
el final del insulto.

Huy� aturdida y humillada.

Como el ministro continuaba
gritando en el cuarto,

Tadeu de Albuquerque apareci� en
una ventana, y la ira del juez aument�.

Un torrente de insultos
reprimidos por mucho tiempo

cay� sobre el vecino,
que no se atrevi� a responder.

Tadeu cuestion� a su hija y ella le hizo
creer que la ira de Domingos Botelho

se deb�a a que las dos ni�as se hab�an
entretenido inocentemente con cosas de su edad.

�l perdon� el infantilismo de Teresa,
dici�ndole que no volviera a la ventana.

Esta calma del noble hombre,
cuya naturaleza era ruda,

se puede explicar por el plan
de casar a la hija

con el primo Baltasar Coutinho
de Castro Daire,

due�o de una finca
y noble del mismo linaje.

Decidi� llamar al sobrino
desde Castro Daire a Viseu.

La pasi�n de Baltasar Coutinho
se despert� tan r�pidamente

como el coraz�n de Teresa
se congel� de terror y repugnancia.

El heredero de Castro Daire,

atribuyendo la frialdad de su prima
a la modestia, inocencia y timidez,

fue satisfecho por la elegancia
de esa alma

y disfrut� el placer de una conquista
lenta pero segura.

Es hora de que te abra
mi coraz�n, prima.

�Est�s dispuesta a o�rme?
- Siempre estoy dispuesta a o�rte, primo Baltasar.

Creo que nuestros corazones
est�n unidos.

Ahora es necesario
que nuestras familias se unan.

�Acaso dije
algo desagradable?

Dijiste algo imposible
de lograr.

Est�s equivocado,

nuestros corazones
no est�n unidos.

Soy tu amiga.
Nunca pens� en ser tu esposa,

ni que t�
lo hubieras contemplado.

�Me desprecias, prima Teresa?
- No, se�or. Como ya dije, goza de mi estima.

Por eso no puedo casarme con
un amigo que no pueda amar.

- La infelicidad no ser�a s�lo m�a.
- Muy bien...

- �Qui�n me disputa tu coraz�n?
- �Qu� conseguir�as con saberlo?

Sabr�a que mi prima ama a otro hombre.
�Eso es correcto?

S�.

- �Tanto como para oponerte a tu padre?
- No me opongo a �l.

El coraz�n es m�s fuerte
que la voluntad sumisa de una hija.

Oponerme ser�a casarme
contra la voluntad de mi padre.

De hecho, no habl� de boda,
solo dije que estoy enamorada.

Me sorprende
tu forma de hablar.

Tus 16 a�os son tan abundantes
en palabras.

No son s�lo palabras, primo.

Son sentimientos que merecen
tu estima porque son verdaderos.

- Si te mintiera, �pensar�as mejor de m�?
- No, prima.

Hiciste bien en decirme
la verdad y ser honesta.

�No quieres decirme qui�n es
el feliz mortal de tu preferencia?

- �Para qu� necesitas saberlo?
- Lo necesito mucho, prima.

Todos tenemos vanidades.

Me gustar�a verme vencido por quien
goza de m�ritos que no poseo ante tus ojos.

�Querr�as revelarme tu secreto,
dici�ndolo a tu primo y amigo Baltasar?

- Ya no puedo considerarte mi amigo.
- �Tampoco me quieres como amigo?

No perdonar�s mi sinceridad.
De ahora en adelante ser�s mi enemigo.

Al contrario...

Precisamente lo contrario.

Te probar� que soy tu amigo si te veo casada
con un hombre miserable, indigno de ti.

- Casada...
- Casada con un borracho famoso,

un robusto rufi�n,

un caballero distinguido que pasa sus a�os
de estudio en la c�rcel de Coimbra.

- �Hay algo m�s que decir, primo?
- S�.

No creas que est�s hablando
con un amante miserable.

Est�s hablando con tu pariente m�s cercano,
con un amigo sincero

y el m�s decidido protector
de tu dignidad.

Prima,

por favor,
si�ntate un momento.

Como ya sabes,
asist� a mi �ltimo a�o en Coimbra

y llegu� a conocer
a Sim�o Botelho.

Sabiendo de tu afecto por �l,
me sorprendi� tu buena fe.

Pero tu inocencia debe ser
tu �ngel guardi�n.

�No recuerdas haber visto a Sim�o Botelho
con la m�s baja villan�a de esta regi�n?

�No has visto a tus criados
con las cabezas quebradas por �l?

�No sab�as que en Coimbra,

recorri� las calles abotagado
de vino, armado como un bandido,

declar�ndole la guerra a los nobles,
al rey, y a la religi�n de nuestros padres?

�Acaso no lo sab�as?

En parte lo ignoraba
y no me entristece saberlo.

Desde que lo conozco,
Sim�o no ha causado tristeza a su familia.

�Y crees que Sim�o ha cambiado
su comportamiento por tu amor?

- No lo s�, ni pienso en ello.
- No te enojes, prima.

Te dir� mis �ltimas palabras.

Mientras viva, har� todo lo posible
para salvarte de Sim�n Botello.

Si tu padre muere,
all� estar� para ti.

Si la ley no te defiende
de ese demonio,

le mostrar� a ese bruto
que la victoria sobre los acuarianos

no evitar� que lo expulsen de la casa
de mi t�o Tadeu de Albuquerque.

- �Quieres gobernarme?
- Quiero guiarte,

porque tu raciocinio
necesita ayuda.

Si vas a juzgar,
ser� indiferente a tu destino.

Estar� en camino,
prima Teresa.

Baltasar Coutinho le cont� a su t�o
lo b�sico de la conversaci�n.

El padre fren� su ira
y reflexion�.

Unas horas despu�s
llam� a su hija.

Si�ntate ah�, hija m�a.

Quiero que te cases
con tu primo Baltasar.

Pero s� que esa
no es tu voluntad.

No te obligar�
a cumplir mi deseo,

pero no permitir�

que le ofrezcas tu coraz�n
al hijo de mi peor enemigo.

Tengo un pie en la tumba

y bajar� a ella
m�s r�pido

sabiendo que he perdido el amor
de mi hija, que ya considero muerta.

Te pregunto, Teresa, si dudar�as
en entrar a un convento

para esperar all� la muerte de tu padre
y ser tan infeliz como desees.

Padre, yo...

Entrar� al convento...

si esa es tu voluntad,
padre m�o.

Sin embargo...

Te pido que no te prives
de mi compa��a,

ni me prives a m�
de tu afecto,

por temor a que yo cometa
acciones vergonzosas,

o sea desobediente,
cuando la virtud es obedecerte a ti.

Estar� muerta para
todos los hombres,

pero no para mi padre.

Teresa sab�a que la lealtad a menudo
tropieza en el camino de la vida,

y que los buenos prop�sitos se logran con atajos
desprovistos de franqueza y sinceridad.

En la carta que escribi� a Sim�o Botelho
dec�a que se estaba tomando su tiempo,

enfoc�ndose en el futuro,
evitando el tormento del convento,

y sin romper con el anciano
por desobediencia.

El cielo de Teresa
parec�a claro.

Al amanecer de un domingo
de junio de 1803,

Teresa fue llamada a ir con su padre
a la misa en la parroquia.

Asustada, la chica se visti�
y se present� ante su padre.

Le pregunt� a su hija si estaba de humor
para darle a su padre una vejez feliz.

Le dijo: hoy le dar�s tu mano
a tu primo Baltasar, hija m�a.

Es necesario que sigas ciegamente
el ejemplo de tu padre.

Tan pronto hayas dado
ese dif�cil paso,

entender�s que es
por tu felicidad.

Es por tu felicidad.

Por tu propia felicidad.

Teresa estaba tan agitada,
que apenas escuch� las primeras palabras

y de las �ltimas, ninguna.

�No me respondes, Teresa?

�Qu� debo responder, padre?

�Me conceder�s lo que te ped�?

�Llenar�s de felicidad
mis �ltimos d�as?

�Vas a ser feliz con mi sacrificio?

No digas sacrificio, Teresa.

Ma�ana a esta hora...

ver�s el cambio que tu alma
habr� experimentado.

- Tu primo tiene todas las virtudes.
- �Me quiere a pesar de mi negativa?

�l est� enamorado, hija m�a.

Y tiene suficiente...

confianza en s� mismo...

para creer que a la larga
vas a amarlo mucho.

�No tendr�a m�s sentido
odiarlo por siempre?

Incluso ahora, lo desprecio como nunca
me imagin� que pod�a despreciar a alguien.

Padre, m�tame, pero no me obligues
a casarme con mi primo.

La violencia es in�til,
porque no voy a casarme.

Te vas a casar.

�Quiero que te cases!

�Es lo que quiero!

De lo contrario,
ser�s maldecida para siempre.

Morir�s en un convento.

Esta casa ser� de tu primo.

Ning�n infame pondr� sus pies
en las alfombras de mi abuelo.

Si tu alma es vil,

no puedes heredar
los honrosos t�tulos

que fueron insultados por el padre
de ese miserable que amas.

Ve a tu cuarto y espera terminar en otra
donde no ver�s un rayo de sol.

Teresa entr� tranquilamente
a su cuarto.

Tadeu de Albuquerque fue
con su sobrino

y le dijo que no pod�a entregarle su hija,
porque ya no ten�a una hija.

Baltasar, que seg�n su t�o
era un complejo de virtudes,

s�lo ten�a un defecto:

una absoluta falta de orgullo.

Baltasar no aprob� la reclusi�n
de ella en un convento

y le aconsej� a su t�o
que la dejara en casa.

A Teresa le sorprendi�
la calma de su padre

y sospech� de su inconsistencia.
Le escribi� a Sim�o.

No le ocult� nada
de lo sucedido,

ni por omiti� delicadeza
las amenazas de Baltasar.

Le confi� su temor
a un nuevo plan violento.

El estudiante,
leyendo sobre las amenazas

estaba demasiado cegado por la ira
para descifrar el texto restante.

Tembl� como si tuviera fiebre

y las venas de su frente
sobresal�an hinchadas.

No era el estallido
de un coraz�n apasionado,

sino su naturaleza arrogante
que le herv�a la sangre.

Salir de Castro Daire para apu�alar
al primo de Teresa en su casa

fue el primero consejo que la furia
del odio le susurr� a Sim�o.

Y con esta intenci�n, alquil� un caballo
y se prepar� para el viaje.

Sim�o Botelho reley�
la carta de Teresa dos veces.

Cuando el arriero
llam� a la puerta,

ya no pensaba en matar
al hombre de Castro Daire.

Pregunt� si hab�a una casa en Viseu donde
pudiera esconderse una noche o dos, sin temor a ser denunciado.

El arriero respondi� que
a un cuarto de legua de Viseu,

�l ten�a un primo herrero.

El cumplea�os de Teresa fue celebrado
ostentosamente por primera vez.

La heredera descubri�
el minueto cortesano

y juegos de regalos que eran
el entretenimiento de la �poca

sin fatiga para el cuerpo,
ni disgusto a la moral.

Baltazar Coutinho se dio cuenta
de la inquietud de su prima,

y tuvo la inmodestia de creer
que ella se ofender�a por su indiferencia.

Generoso para perdonar, el escudero
de Castro Daire se dirigi� a Teresa.

Perd�name, prima,
por mi frialdad,

pero es como las monta�as.
Un volc�n por dentro y nieve por fuera.

Disc�lpame, primo,
por no notar tu frialdad.

�Sim�o?

�Sim�o?

�Qu� pasa, hija m�a? �Ya has salido
dos veces y te ves molesta?

�Te molesta algo, Teresa?

Tengo un dolor. Necesito
tomar aire de vez en cuando.

No es nada, padre.

Tadeu le crey�, y le dijo a todos
que su hija ten�a un dolor.

Pero no se lo dijo a su sobrino porque no pudo
encontrarlo, y as� not� que �l hab�a salido.

Teresa fingi� que iba a buscarlo.

Una propuesta que satisfizo
grandemente al anciano.

Vete.
Ven ma�ana a la misma hora.

Aqu� no hay camino.
�Qu� pretendes?

- Te abrir� la boca con una bala.
- �Qu� te importa qui�n est� aqu�?

No te acerques.

Si yo ocultara algo, como t�
pareces ocultar por aqu�,

estar�a obligado a revelarlo.

Este muro pertenece a una casa
donde s�lo vive una familia y una mujer.

En esta casa, esta noche,
hay m�s de 40 mujeres.

Si esperas por una,
yo puedo esperar por otra.

�Qui�n eres?

No conozco a quien pregunta,
ni quiero conocerlo.

Manteng�monos en inc�gnito.

Buenas noches.

El sobrino de Tadeu de Albuquerque entr�
a la cuarto sin mostrarse alterado.

Vio que Teresa
lo hab�a visto tambi�n,

y supo c�mo fingir
una manera para calmarla.

El herrero ten�a una hija,

una chica de 24 a�os, de buena figura,
un rostro hermoso y triste.

Sim�o not� la forma en que
lo mir�, contempl�ndolo,

y le pregunt� por qu�
la mirada melanc�lica.

No s� lo que mi coraz�n me dice
con respecto a su se�or�a.

Alguna desgracia
est� a punto de ocurrir.

No dir�as eso si no supieras
algo de mi vida.

S� algunas cosas.

�Las escuchaste del arriero?

No, se�or.

Mi padre lo conoce.

Y hace un rato lo escuch� dici�ndole a mi t�o
que el arriero que vino con usted

ten�a razones para saber
si iba a pasar alguna desgracia.

�Por qu�?

Por el amor de una
mujer noble de Viseu

que tiene un primo
en Castro Daire.

Con su permiso.

Noble se�or, disculpe por venir
en mangas de camisa.

- No pude encontrar mi chaqueta.
- Est� bien, Sr. Jo�o.

Se�or, le debo un favor
a su padre.

Un favor especial.

Un d�a ocurri�
un problema aqu�,

por culpa de la mula
de un cartero lisiado

que pate� una yegua
que yo estaba herrando.

Y result� que

le fractur� el corvej�n
por aqu�.

Yo ten�a un martillo cerca
y le di con �l en la cabeza a la mula.

Cay� por tierra.

El muletero, que era un bravuc�n,
ech� manos de un carabina

y me dispar� sin dudarlo.

�Ay, maldito! - dije yo.

�No ves que tu mula
lastim� a mi yegua?

Le cost� 20 piezas al due�o
y yo tendr� que pagarlas.

- �Y me disparas porque atont� tu mula?
- �Y el tiro le alcanz�?

S�, pero su Se�or�a
entender� que no me mat�.

Me hiri� en el brazo izquierdo
con dos disparos.

Yo entr� a mi casa, fui a la mesita
de noche, traje una carabina,

y le dispar� en el pecho.

El arriero cay� como un pajarito
sin decir ni p�o.

Me arrestaron y fui a Viseu.

En la c�rcel hab�a un hombre
que cumpl�a una condena.

Me dijo que el inspector era muy devoto de
los Siete Dolores de la Virgen Mar�a.

Una vez que iba a misa
con su familia, le dije:

Sr. Inspector,

le pido a Vuestra Se�or�a,

por los Siete Dolores
de Mar�a Sant�sima,

que me llame a su presencia
para explicarle mi culpa a Su Se�or�a.

Su padre me escuch�
y dijo:

Vete y har� lo que pueda.

El caso es, mi noble se�or,
que fui absuelto,

aunque muchos dijeron
que me ver�an colgado en mi puerta.

�No deber�a besar el suelo
que su padre pisa?

- Sr. Jo�o, tiene usted motivos para estar
agradecido, sin duda. - Pero, escuche esto tambi�n.

Antes de ser herrero, era un criado
en la casa de Castro Daire.

Era el se�or Baltazar.

�Lo conoce, Su Se�or�a?

- �Claro que si!
- S�lo de nombre.

Fue �l quien me dio 10 monedas
de oro para embaucarme.

Pero le pagu�,
alabado sea el Se�or.

Pasados seis meses,
me llam� desde Viseu,

y me dijo que ten�a 30 piezas para m�
si le hac�a un servicio.

�Qu� quiere que haga, se�or?

Quer�a que tomara
la vida de otro hombre.

Eso me destroz� por dentro.

A decir verdad, quien que mata
en el calor del momento

no es un asesino profesional.

Eso creo.
�No es as�?

Es cierto.
�A qui�n quer�a muerto?

A usted, su Se�or�a.

�Usted ni siquiera palidece?

- Estoy desconcertado.
- Y no aceptaste el trabajo, seg�n veo.

No, se�or.

Y tan pronto me dijo el nombre,

mi deseo fue martillarlo
contra el rinc�n.

- �Le dijo por qu� me mandaba a matar?
- No, mi noble se�or.

Ya le cuento. La semana siguiente,
cuando supe que el se�or Baltazar,

un rayo me parta,
hab�a dejado Viseu,

fui a hablar con el magistrado,
y le cont� todo.

El se�or magistrado
pens� un rato y dijo:

Su Se�or�a me perdonar�
por decirlo tal cual lo dijo �l.

D�galo.

Su padre comenz� a frotarse
la nariz y dijo:

S� lo que es eso.

Si mi imb�cil hijo Sim�o
tuviera honor

no mirar�a a la hija
de ese asesino.

El bastardo cree que yo consentir�a que mi hijo
se vincule con la hija de Tadeu de Albuquerque.

Dijo m�s cosas
que no recuerdo.

Pero termin�
enter�ndome de todo.

Eso fue lo que pas�.

Su Se�or�a apareci� por aqu�,

y anoche fue a Viseu.

Perdone mi atrevimiento,

pero usted, su Se�or�a,
fue a encontrarse con esa se�ora.

Estuve a punto de seguirlo,

pero como andaba mi cu�ado,
que vale por tres, yo estaba descansando.

Si regresa all�, Sr. Sim�o,
prep�rese para algo peor.

S� muy bien
que no tiene miedo.

Pero de una traici�n
nadie se escapa.

Si quiere que
yo vaya tambi�n,

estoy a su disposici�n.

La carabina que sentenci�
al arriero sigue aqu�.

Lista para escupir fuego,
como dicen.

Gracias, mi buen amigo.

Usar� sus buenos servicios
cuando sean necesarios.

Esta noche me ir�
como anoche.

El maestro Jo�o da Cruz
no respondi�.

Fue a inspeccionar
minuciosamente la carabina,

y acord� con su cu�ado
las precauciones necesarias,

mientras descargaba el arma y volv�a
a cargarla con unos proyectiles especiales,

que �l llamaba "nueces pinpoes".

�Entonces?

�Es cierto que te marchas?

S�.

�Por qu� he de irme?

Que la Virgen Mar�a
le acompa�e.

No es conveniente
estar cerca de esta puerta.

Si el hombre cae muerto,
sospechar�n de m� y de mi t�o.

�Atr�s! Y ten cuidado
con el caballo.

Despu�s, ap�rate hasta que lo encuentres.
As� los disparos se har�n lejos de aqu�.

- �Qui�n sabe? Tal vez ayer vino a caballo,
y hoy vino a pie. - Es verdad.

Si vino a pie, ser� cuidadoso para que
lo sigas hasta tenerlo en la mira.

- Pero que sea lejos de aqu�.
- S� se�or, pero, �y si sale de casa de su padre...

- y entra sin darnos tiempo?
- Ya dije que no estaba en casa de su padre.

No se hable m�s.

Ve detr�s de la iglesia
y no te quedes dormido.

Es Jo�o da Cruz,
o el diablo.

- �Qu� hace aqu� a esta hora?
- Yo s�. - �Sospechas algo?

�No sabes que �l trabaja
para nuestro amo?

Tambi�n s� que instal� su tienda
con el dinero de Baltazar.

- �De qu� tienes miedo?
- De nada.

Tambi�n s� que el magistrado
evit� que lo colgaran.

�Y qu�? Al magistrado no le importa.
Ni siquiera sabe que su hijo est� aqu�.

Tal vez, pero no estoy
muy contento.

- �Es el diablo!
- D�jalo.

Le entrar�n las balas
como a cualquier otro.

No hay novedad.

Pero podr�a estar bajo el caballo
con cuatro agujeros en el pecho.

- �Eres t�, Jo�o?
- S�, llegu� primero que t�.

Dame la mano. Quiero sentir
la mano de un hombre honrado.

As� se conocen los hombres.

No hay tiempo para hablar.
Vamos.

- El doctor tiene a alguien esperando.
- �Est�s seguro?

Detr�s de la iglesia hay dos hombres
que no pude reconocer,

Pero jurar�a que son criados
del se�or Baltazar.

B�jate del caballo.
Va a haber una conmoci�n.

Te dije que no vinieras.
Ahora no hay vuelta atr�s.

Te dije que no vinieras.
Ahora no hay vuelta atr�s.

No temer�, Sr. Jo�o.

Lo s�, pero frente al enemigo,
ya veremos.

Mi cu�ado y yo vamos al frente.

S�ganos veinte pasos atr�s.

- Te dije que no tengo miedo.
- Haga lo que le digo, se�or.

Estamos sobre ellos.
Pasaron a la otra iglesia.

Entre ahora, doctor.
Regresaremos para cuidarle la salida.

Vete.

�Teresa!

Vete, adi�s.

- Adi�s, Teresa.
- Adi�s, Sim�o.

�Escribe!

S�.

�Est� decidido el matrimonio?

No hay tiempo que perder.
Vuelve de donde viniste y no mires atr�s.

- Identificar� a esos buitres.
- �No pienses en eso!

- Vete, date prisa.
- Nos reunimos m�s tarde.

Haz lo que quieras.
No tomaremos el camino.

Se extra�aban por la repentina desaparici�n
de los guardias de Baltasar

y desconfiaban por tener que esperar
fuera de la ciudad.

El atajo es por la curva
de la monta�a.

Pasar�n por all�,
o ya pasaron.

La calle est� justo all�.

Los hombres disparar�n
desde all�.

�Apres�rense!

No llegaremos a tiempo.

Te disparar�n cuando
el caballo quede rezagado.

- �Te van a disparar!
- Gritemos al m�dico para que no proceda.

No hay tiempo. Nos maten o no,
cuando regresen son nuestros.

Hab�an cruzado la llanura, cansados
y ansiosos, sus carabinas siempre listas.

Los criados de Baltasar, contrario
a lo que predijo el herrero,

regresaron por el mismo atajo, suponiendo
que los amigos de Sim�o iban muy por delante.

- Aqu� vienen.
- Aqu� estamos.

Si�ntate tambi�n. No tengo ganas
de correr detr�s de ellos.

�Disp�rale!

- �Es usted, se�or? - Soy yo.
- �Lo mataron? - Creo que no.

Este tonto dej�
que escapara.

Pero el m�o cay�.
�Quisiera ver su fea cara!

�Maldici�n! Si tuviera dos carabinas,
no se habr�a ido solo al infierno.

�Deja a ese bastardo,
el doctor est� herido!

Vi dos cabezas mirando,
y pens� que eras t�.

Detuve mi caballo y dije:
"�Alguna novedad?" y no hubo respuesta.

Me desmont�, pero mi pie segu�a
enganchado cuando dispararon.

S�lo es un rasgu�o.

S� de esto.
Soy experto en curar heridas.

- De burros, se�or Jo�o.
- De cristianos tambi�n, doctor.

Hab�a un rey en Portugal que como m�dico,
s�lo aceptaba a un veterinario.

Deber�as ver mi cuerpo,
es una telara�a de pu�aladas.

�Es que se est� armando?

�Qu� est� haciendo all�,
todo tembloroso?

Ah� est�.
�P�seme una pistola, se�or Sim�o!

Est� abriendo madera como
un cerdo de monta�a. �Cu�ado!

Derriba este arbusto
a pedradas.

Quiero ver al jabal�
saliendo del arbusto.

�Ten cuidado!
No vayas a dispararme.

�El se�or ya camina?

Entonces est� rodeado.

Le echar� un ojo desde aqu�.

Si se nos escapa,
nada es seguro en este mundo.

�l no estaba equivocado.

El criado de Baltazar Coutinho,
arrojado a los arbustos, impotente,

se hab�a dislocado una rodilla
y cay� aturdido.

Se arrastr� hasta encontrar
una densa pared de �rboles salvajes,

pensando que podr�a escapar.

Enciende un fuego y l�nzalo al bosque.
Este ladr�n va a morir rostizado.

Perd�name. Mi amo me oblig�
a esta desgracia.

No golpees as�
a un hombre de rodillas.

- Lev�ntate, hijo.
- No puedo, se�or.

Mi rodilla est� rota.
Qued� tullido de por vida.

- �Este brib�n sigue vivo?
- No lo mate, Sr. Jo�o.

Que no lo mate...
Lo destrozar�.

�Quiere pagarme con la horca
el haberle acompa�ado?

- �Con la horca?
- �As� es!

�Quiere que este hombre viva
para contarlo? �Le parece bien?

Su Se�or�a, que es hijo de un ministro,
no correr�a peligro.

Pero yo, un simple herrero,
tengo la soga al cuello.

Esto no me gusta.
Yo me encargo de �l.

No lo mate, Sr. Jo�o.
Se lo pido yo.

- Un testigo no har�a da�o.
- �Qu�?

Su Se�or�a ser� doctor
y sabr� mucho,

pero de justicia no sabe nada,
y perd�neme la franqueza.

Un simple testigo puede desviar
la justicia hacia la traici�n.

Una vez las cosas arrancan, un testigo
ocular es suficiente, m�s cuatro rumores,

m�s el noble de Castro Daire
moviendo algunas cuerdas,

es muerte segura.

- �Como que 2 + 2 son 4!
- �No dir� nada!

�No me mate!

Nunca volver�
a Castro Daire.

D�jelo, Jo�o da Cruz.
V�monos.

S�.

Ud. me llam� Jo�o da Cruz.
Ahora este sinverg�enza sabe qui�n soy.

No s� qu� pensar de Su Se�or�a
queriendo dejar vivo a un alma del diablo,

- que le dispar� a matar.
- Pues, s�. Tiene raz�n.

No s� c�mo castigar
a un miserable que se rinde.

�Y si le hubiese matado?
�Lo habr�a castigado? Responda, se�or.

V�monos.

�V�monos?
Avancemos.

Quien perdona a un enemigo,
bajo su mano muere.

Mi carabina est� escondida
en los arbustos.

Contin�en.
Ya vuelvo.

Jo�o est� tomando
la justicia en sus manos.

D�jelo, mi se�or.
Sabe lo que est� haciendo.

- Usted es cruel, Sr. Jo�o.
- No soy cruel.

Se equivoca sobre m�.
Es como el proverbio:

"Morir por morir, que muera
mi padre, que es m�s viejo".

Da lo mismo
matar uno, o dos.

Cuando te ensucias las manos,
no puedes ser exigente.

Las cosas hay que acabarlas,
o mejor no se comienzan.

Ahora mi conciencia
est� tranquila.

Que la justicia lo pruebe,
si quiere.

Pero no ser�n esos dos que entregu�
al diablo los que hablar�n.

Por un instante, Sim�o sinti�
horror por el asesino,

y se arrepinti� de estar
vinculado a un hombre as�.

El sufrimiento de Sim�o Botelho
era delicado,

Ni las compresas pod�an
detener la sangre.

M�s que el dolor o
el miedo a una amputaci�n,

le mortificaban las ansias
por saber de Teresa.

Dios quiera que llegues sin peligro
a la casa de esa gente buena.

No s� qu� est� pasando.
Son cosas misteriosas que no puedo descifrar.

Mi padre ha pasado toda la ma�ana
encerrado con su primo,

y no me deja ni salir
del cuarto.

Me quitaron el tintero,
pero por suerte ten�a otro.

La Virgen Mar�a ha enviado a una
pobre mujer a mendigar bajo mi ventana.

Si no, no hubiera podido hacerle
se�as de que esperara esta carta.

No s� qu� dijo ella.

Habl� de criados muertos,
pero no pude entenderla.

Tu hermana Rita me hace se�as
desde la ventana de tu cuarto.

Me dijo que los criados de mi prima
han aparecido muertos en la calle.

Ahora lo s� todo. Iba a decirle que
est�s all�, pero no me dio tiempo.

Mi padre, cada hora, cruza el pasillo
respirando pesadamente.

Ah, querido Sim�o.
�Qu� ser� de ti?

�Estar�s herido?

�Ser� yo la causa
de tu muerte?

Sim�o respondi�, queriendo calmar
el coraz�n de Teresa.

De sufrimiento habl� tan brevemente que
uno pensar�a que ni un vendaje era necesario.

La inst� a que lo llamara,
si la amenaza del convento se hac�a real.

Teresa acababa de leer y esconder en su seno la
respuesta de Sim�o Botelho que la mendiga le entreg� al anochecer,

cuando su padre entr� a su cuarto
y le orden� que se vistiera.

La muchacha obedeci�, tomando
una capa y una mantilla.

�V�stete seg�n tu alcurnia!

Recuerda que a�n
llevas mi apellido.

No lo cre� necesario.
Es de noche.

- �Y sabes a d�nde vas?
- No s�, se�or.

- Entonces v�stete y no molestes.
- Pero padre, esc�cheme.

- Habla.
- Si su idea es obligarme a casarme con mi primo...

�Y si es as�?

No me casar�.

Morir� feliz,
pero no me casar�.

Aunque �l te quiere.

No eres digna de casarte
con Baltazar Coutinho.

Un hombre de mi propia sangre

no puede aceptar como esposa a una mujer que
anda por las noches hablando con amantes en el jard�n.

V�stete r�pido.
Vas a un convento.

De inmediato, padre.

A menudo me he preguntado
por este destino.

No acepto comentarios.

Pres�ntate aqu� ya vestida.

Tus primos no tardan,
te van a acompa�ar.

Tadeu de Albuquerque era c�mplice
del atentado contra la vida de Sim�o.

Fue su sugerencia

cuando Baltazar descubri� la causa de
la agitaci�n de Teresa la noche del baile.

Tanto el anciano como el noble
deb�an borrar toda huella

que les implicara en el misterio
de esas dos muertes.

Los criados no merec�an un destino
que deshonrara a sus amos.

Teresa rompi� en llanto
y quiso escribirle a Sim�o.

A esa hora,
�qui�n iba a llevarle la carta?

Apel� a la Virgen, a quien
hab�a confiado su amor.

Luego se visti�, presionando contra su pecho un
paquete con tinta, papel y un mont�n de cartas de Sim�o.

Padre, le pido permiso
para llevarme esa imagen devota.

Puedes.

Si tuvieras tanta verg�enza
como tienes devoci�n,

ser�as m�s feliz
de lo que eres.

Se�ora, �todav�a depende de usted
poner remedio al desorden en esta casa?

- �Cu�l remedio? - Dile a tu padre que
no te negar�s a casarte con el hermano Baltazar.

- El primo Baltazar no me quiere.
- �Qui�n te dijo eso, Teresinha? - Mi padre.

Deja hablar a tu padre. Est� confundido
por el amor que te tiene.

- �Quieres que hable con �l?
- �Para qu�?

Para as� remediar
toda nuestra desgracia.

Est�s bromeando, prima.

Ser� tu cu�ada el d�a
que no tenga coraz�n.

Tu hermano asegura
que amo a otro.

Yo quer�a vivir por �l.

Pero si quieres que muera por �l,
bendecir� a todos mis santos.

Puedes decirle eso al primo Baltazar.
D�selo antes de que lo olvides.

�Nos vamos?

Estoy lista, padre.

- Soy m�s libre que nunca.
- �Qu� dices?

La libertad del coraz�n
lo es todo.

�Qu� dices?

- Dije que estoy a gusto aqu�, mi se�ora.
- No digas "mi se�ora" - �C�mo debo decir?

Di "Nuestra madre superiora".

Muy bien, madre superiora.
Dije que me siento c�moda aqu�.

Quienes vienen a esta casa del Se�or,
no vienen a sentirse bien.

- �No?
- Quienes vienen aqu�, se�orita...

vienen a mortificar su esp�ritu
y a dejar fuera las pasiones mundanas.

Esta es nuestra
maestra de novicias,

cuya tarea es dirigirte.

Teresa no respondi�.

Hizo un gesto de respeto y sigui� el camino
que la madre superiora le indic�.

Cuando la madre superiora
entr� en sus aposentos,

le dijo a Teresa que era su hu�sped
mientras estuviese all�.

Y a�adi� que no sab�a si su padre
elegir�a este u otro convento.

�Qu� importa un convento
u otro?

Depende. Tal vez tu padre quiere que
profeses tus votos en una orden rica.

�Profese? No quiero ser monja,
ni aqu�, ni en ninguna parte.

- T� ser�s lo que tu padre desea.
- �Una monja? Nadie puede obligarme.

Eso es verdad, pero como la se�ora
tiene un a�o como novicia,

le falta acostumbrarse a esta vida,
y ver� que no hay nada mejor para el cuerpo,

ni m�s saludable
para el alma.

La Madre dijo que nadie
viene aqu� para sentirse bien.

Es un decir, se�orita. Todas tenemos
mortificaciones y obligaciones,

porque el esp�ritu no siempre
est� bien dispuesto.

�Ves?

En comparaci�n
con el mundo exterior,

el convento es un para�so.

Aqu� no hay pasiones ni preocupaciones
que nos quiten el sue�o...

ni el hambre.
Bendito sea Dios.

Vivimos unas con otras
como Dios con los �ngeles.

En fin, aqu� te dejo

con nuestra madre organista,
y nuestra maestra de novicias,

qui�n puede decirte mejor que yo
qu� es la virtud en este santo lugar.

- Impostora.
- �Y tan est�pida!

Tu se�ora no debe
confiar en ella.

A ver si tu padre te pone otra
compa�era mientras est�s aqu�.

La Madre Superiora es la mayor
intrigante del convento.

Aunque habla de las pasiones del mundo
como si las conociera bien.

Si cuando era joven,
era la monja m�s escandalosa.

Ahora, es la m�s rid�cula.

Teresa, a pesar de su dolor,
no pudo evitar sonre�r,

recordando la vida de Dios con los �ngeles,
como dijeron las que viv�an all�,

seg�n la madre superiora.

�Qu� piensas de estas religiosas
aqu� contigo?

Parecen decentes.

Lo hecho, hecho est�.

No son lo peor,
pero podr�as tener mejor suerte.

Vamos, se�orita. Aqu� hay dos muslos
de pollo y una sopa hecha para �ngeles.

- No comer�, mi se�ora.
- �Qu� pasa?

�No comes nada?
Ven a comer.

Nadie puede estar
sin comer.

La pasi�n...
Deja que el diablo se la lleve.

Las mujeres son las enga�adas
y no tienen nada que perder.

Yo, hasta ahora,
alabado sea el Se�or,

no s� lo qu� es la pasi�n.

Pero alguien que ha pasado
55 a�os en un convento

ha tenido la experiencia
de ver a otras sufrir.

Y sin ir m�s lejos,
las dos que acaban de salir

han pagado caro
su tributo a la estupidez.

Dios me perdone si he pecado.

Le dec�a a esta se�ora,

lo amables que son
la organista y la maestra.

Ah, es lo que necesitan.

Han ido a la celda
del portero.

En este momento la mujer est� siendo cortada
por esas lenguas que no perdonan a nadie.

�Podr�as ir, y ver
si oyes algo, mi flor?

Esta escriba no es mala.
Simplemente le gustan sus copitas.

Es adinerada,
pero gasta todo en vino.

A veces, en el coro,
puedes o�rla roncar.

Es una verdadera verg�enza.

La verdad es que no tiene
otros defectos, pero...

Es una buena chica,
si no fuera por ese maldito vicio.

Bueno, debo irme,
pero volver�.

El convento... Dios m�o.

�Esto es un convento!

- �Est�s sola?
- S�, se�ora.

�Esa est�pida se va
y deja a la chica sola?

Como puedes ver,
�es hija de un hojalatero!

Deber�a ir al coro,

pero no ir�.
Voy a hacerte compa��a.

- Vaya se�ora, estar� bien sola.
- No ir�, �no!

Aqu� sola, debes sentirse
terriblemente asustada.

Pero la madre superiora
deber�a estar aqu�.

Apuesto a que estaba
hablando mal de m�.

No, al contrario.

�Diga la verdad, se�orita!

Esa cig�e�a no habla
bien de nadie.

Para ella, todas son
libertinas o borrachas.

- No, no, se�ora. No me habl� de nadie.
- S� lo hizo, y si habl�, all� ella.

El vino que no se bebe,
lo chupa como una esponja viva.

Y en cuanto al libertinaje...

�Ojal� tuviera tantos cruzados
como amantes ha tenido!

No tiene ni idea, se�orita.

La m�s m�nima idea.

Ella es tan vieja que...

Cuando tom� los h�bitos, ella era
vieja como ahora... Poca diferencia

Ahora, ya tengo 26 a�os
siendo monja.

Imag�nese, se�orita, la cantidad de tabaco
que se habr� metido por la nariz.

Bueno, me creas o no, he conocido
a m�s de una docena de sus amantes.

Ni hablar del capell�n, que hasta el d�a
de hoy le sigue "surtiendo la cantina".

A nuestro costa, eso s�.
Soy la administradora, y s� cu�nto roba.

A nuestra costa, eso s�.
Soy la administradora, y s� cu�nto roba.

No te dejes enga�ar
por ella, mi �ngel.

S� que tu padre advirti� que
no te dejaran enviar o recibir cartas.

Pero mira, querida, si quieres
escribir o que te escriban,

diles que env�en la carta
a mi nombre.

Me llamo Dionisia.

- Dionisia da Imaculada Concei��o.
- Muchas gracias, se�ora.

Ojal� pudiera enviar
un mensaje a un pobre...

�Lo que quieras!
Lo enviar� tan pronto amanezca.

No conf�es en nadie.
�Son unas falsas!

Aqu� viene la babosa.
Hablemos de otra cosa.

No hay nada mejor que la vida
en un convento.

Cuando tienes la fortuna de tener
una madre superiora como la nuestra...

Ah, �es usted, se�orita?

�Cree que estaba
hablando mal de Ud.?

S� que no lo har�as.

- �Por qu� no vas al coro, Nini?
- Ahora, se hace tarde.

�Me absolver� de mi ausencia, s�?
- Claro, claro.

Pero tu penitencia
es beber un vaso.

- �De anti�cido?
- �Precisamente!

El coraz�n de Teresa,
lleno de amargura y disgusto,

en esas dos horas
de vida en el convento

Ignoraba que esto
existiera en el mundo.

Qu� triste decepci�n y, al mismo tiempo,
cuanta ansiedad de irse.

No temas por m�, Sim�o.

Todo este trabajo
parece tan ligero

si se comparas con todo
lo que has sufrido por mi amor.

La desgracia no sacude
mi firmeza,

ni debe intimidar tus planes.

Son d�as tormentosos
y nada m�s.

Toda decisi�n
que tome mi padre,

te la informar� inmediatamente
si es posible, o tan pronto sea posible.

Toda ausencia de noticias m�as,
debes atribuirla siempre

a la imposibilidad.

�mame, a esta desafortunada,

porque los desafortunados

son los que m�s necesitan
amor y consuelo.

Ver� si puedo olvidar, durmiendo.

Qu� triste es todo esto,
mi querido amigo.

Adi�s.

Ni un a�o ha pasado cuando me hicieron
tres agujeros en la cabeza,

mientras visitaba a
la Se�ora de los Remedios en Lamego.

Ella fue quien me afeit�
la cabeza con la navaja.

Al parecer, la sangre del noble
le revolvi� el est�mago a la muchacha.

�Vamos, muchacha!
�Mariana!

�Ahora si empezamos bien!

Mi vida est� aqu� y quiero que ella
sea la enfermera de mi paciente.

�Est�s de acuerdo, muchacha?

Ser� un placer,
si esa es su voluntad.

Entonces, si vas a coser en el porche,
ven al lado del Sr. Sim�o.

Dale sopa con regularidad
y cuida de su herida.

Vinagre y m�s vinagre
cuando se ponga morada.

Habla con �l. No lo dejes
divagar ni escribir mucho.

No es bueno cuando se est�
d�bil de la cabeza.

Y su se�or�a,
nada de ceremonias,

ni le diga a Mariana:

"Se�ora esto... Se�ora aquello."

M�s bien:
"�Muchacha, dame la sopa!"

"�Muchacha, l�vame el brazo!"

"�P�same las vendas!"

Sin mucha amabilidad.

Ella est� aqu�
como su criada.

Ya le dije,
si no fuera por su padre.

yo estar�a mendigando
desde hace tiempo,

o peor.

Es verdad que pude
haber dejado algunos bienes,

lo poco que gan�, sudando
sobre el yunque durante 10 a�os.

Si tienes una casa humilde

querr�as que tu hija se casara
con el due�o de una granja.

Si ella quisiera,
maridos no faltan.

Hasta la insignia de la
casa eclesi�stica la querr�a,

si le donara todo a �l,

que no es mucho, pero son
unos buenos 4,000 cruzados.

El hecho es que la muchacha
no quiere casarse

y estoy diciendo la verdad.

Sim�o la estaba pasando bien en
la sencillez de ese cuarto r�stico,

pero sublime
en su naturalidad.

Jo�o da Cruz fue llamado
para herrar un caballo.

y antes de salir, le dijo a su hija
que cuidara al paciente,

y lo tratara como si fuera
su hermano o su marido.

No es nada buena, esta plaga
que cay� sobre tu casa, Mariana.

Para hacerte la enfermera
de un paciente.

Y privarte de coser
en tu porche

y conversar con la gente
que pasa.

No es ning�n problema.

Si�ntate, Mariana.

Tu padre dijo
que te sentaras.

Ve y busca tu costura,

y tr�eme el l�piz y el papel
que est�n en la cartera.

Su padre tambi�n dijo
que no le dejara escribir.

Un poco no har� da�o.

Tenga cuidado
con lo que hace.

Si se pierde una carta,
se descubrir� todo.

�Cu�l todo, Mariana?
�Sabes algo?

Tendr�a que ser muy tonta.

Su Se�or�a est� aqu� herido

y todos hablan de los hombres
que aparecieron muertos.

�Qu� tengo que ver
con ellos?

�Por qu� est� fingiendo?

Parece que su Se�or�a
desconf�a de m�.

Ojal� nadie lo supiera.

As� mi padre y el Sr. Sim�o
no tendr�an mayores problemas.

Tienes raz�n, Mariana.

No deber�a ocultarte
nuestro encuentro.

Lo peor est� por venir.

No, Mariana.
Acaba de esta manera.

Ir� a Coimbra tan pronto mejore
y la citadina se quedar� en tu casa.

Si es as�,

ya le promet� 2 libras de cera
al Se�or en la Cruz.

Pero mi coraz�n no me dice
que har� eso que dice.

No s� qu� hice para merecer
tu amistad, Mariana.

Basta con ver lo que su padre
hizo por el m�o.

Yo era muy joven
cuando lo metieron a la c�rcel.

Ten�a unos 13.

Estaba decidida
a lanzarme al pozo

si lo colgaban,
como todos dec�an.

A prop�sito fui a la ciudad

para besar los pies
de su madre.

y vi a sus hermanas.

La m�s joven me dio una falda de seda
que todav�a guardo como reliquia.

�Era Rita?

Muchas veces lo vi,
se�or Sim�o.

Tal vez Ud. no sabe
que yo estaba en la fuente

cuando su se�or�a,
hace dos o tres a�os,

le dio una paliza
a los criados,

causando tal conmoci�n,
que parec�a el fin del mundo.

Despu�s...
Nunca m�s lo vi.

Pero ya sab�a que llegar�a
a esta desgracia.

Porque tuve un sue�o

que ten�a mucha sangre

y ve�a a una persona amiga
caer en un hoyo muy profundo.

S�lo es un sue�o, Mariana.

Fue un sue�o, s�.

La gente de la ciudad
se r�e de los sue�os,

Pero Dios sabe
lo que significan.

Son los pasos de mi padre.

Ojal� no sean malas noticias.

Mientras Sim�o le�a la carta del convento que
Jo�o da Cruz hab�a recibido del pobre de costumbre,

Mariana fij� sus grandes ojos
en el rostro del estudiante.

�Malas noticias?

�Eres una atrevida, muchacha!

Sr. Jo�o,

perm�tanme tener
una amiga en su hija,

porque los desafortunados
saben valorar a los amigos.

Es cierto,

pero no me atrev� a preguntar
lo que dice la carta.

Yo tampoco me atrev�, padre.

Fue porque sent� que el se�or Sim�o
estaba afligido mientras le�a.

No te has equivocado.

Su padre la arrastr�
hasta el convento.

�Siempre el mismo sinverg�enza!

Mientras escribe,

vigilar� la sopa
que est� hirviendo.

Sim�o dec�a en su carta
para Teresa:

Es necesario sacarte de all�.

Si no puedes escapar, esas puertas
se abrir�n ante mi c�lera.

No sufras pacientemente.
�Lucha con hero�smo!

La sumisi�n es una ignominia
cuando el poder paternal es una afrenta.

�Ll�mame!

Sentir� que la p�rdida de sangre
no disminuye la fuerza de mi coraz�n.

�Una cosa me asusta, hija!

�Qu�, padre?

Nuestro paciente no tiene dinero.

�Por qu�?
�Ud. c�mo sabe eso?

Me pidi� su cartera
para sacar dinero.

Pesaba como una vejiga de cerdo
llena de viento.

Eso me preocupa.

Quiero ofrecerle dinero,
pero no s� c�mo.

Pensar� en algo, padre.

Muy bien.

Pi�nsalo, tienes mejores
ideas que yo.

Y si no quiere
tocar sus 400,

tengo el dinero
de mis terneras.

Once monedas de oro,
menos un cuarto.

S�, hablaremos.

Piensa en c�mo puede aceptarlo
sin remordimientos.

Remordimiento en el lenguaje
menos casto del Sr. Jo�o

era sin�nimo de escr�pulos
o repugnancia.

�No se tomar� la sopa?

No puedo.

No tengo apetito, se�orita.

M�s tarde.

D�jame solo un rato.

Vete. Vete.

No pierdas tu tiempo
con alguien aburrido y enfermo.

�No me quiere aqu�?

Me ir�

y volver� cuando
Ud. me llame.

Sim�o se sec� las l�grimas y por un momento
pens� en la dedicaci�n de la muchacha,

pero no dijo nada,

y comenz� a pensar
en su espinosa situaci�n.

Un h�roe no debe rebajarse
pensando en la falta de dinero

un rato despu�s de escribir sobre su
afectado amor en una carta como esa.

Pero era dinero en lo que pensaba,
cuando Mariana le trajo la sopa rechazada.

�C�mo iba a pagar
la hospitalidad de Jo�o?

�C�mo iba a pagar
los cuidados de Mariana?

Si Teresa se escapara,
�c�mo iba a proveer para ambos?

Ten�a que escribirle a su madre.
�Qu� le iba a decir?

�C�mo explicar�a ella
su residencia en aquella casa?

�Dar�a pistas sobre la muerte
de los criados de Baltazar Coutinho?

Cansado de pensar, favoreci� la providencia
al desafortunado con un sue�o profundo.

As� lo har�, Mariana.
Dame tu dinero.

No sacar� los 400,000 r�is
guardados bajo la piedra de la chimenea.

No sacar� los 400.000 r�is
guardados bajo la piedra de la chimenea.

Lo m�o o lo tuyo.
No importa.

Ser� lo tuyo.

Mariana corri� hacia el cofre,

donde tom� una bolsa con dinero en plata,
collares, anillos y pendientes.

Guard� su oro
y vino con la bolsa.

�No lo sabe?

�Qu�, Mariana?

- Su madre sabe que est� aqu�.
- �Ella lo sabe?

Es imposible.
�Qui�n le habr� dicho?

No lo s�. Lo que s� es que
mand� a buscar a mi padre.

- �Asombroso! �Y no me escribi�?
- No, se�or.

Tal vez sab�a que Ud. estaba aqu�,
y cree que ya no est�.

Tal vez por eso
no escribi�.

- �Ser� posible?
- Tal vez.

Pero, �qui�n se lo dijo?

Si se sabe, sospechar�n de m�
por la muerte de esos hombres.

Tal vez, no.
Y si es as�, no hay testigos.

Mi padre dijo que �l no sent�a miedo.
Lo que ser�, ser�.

No piense en eso ahora.

- Voy a buscar su sopa.
- Si quieres, Mariana.

El cielo me concedi�
la amistad de una hermana.

Sin vestigios de vanidad, Sim�o dedujo
que era amado por esa dulce criatura.

Consider� cruel de su parte
hacerle saber que sab�a de tal afecto

ya que no ten�a coraz�n
para recompensarla, ni para mentirle.

No obstante, muy lejos
de sentirse afligido,

los cuidados de la amable
muchacha le halagaban.

Pero es tanto.

Come lo que puedas.

Y no te preocupes,
este plato est� reci�n hecho.

Pens� en que no comi� ayer
por estar intrigado por la otra.

No, Mariana.
No seas injusta.

Ayer no com� por la misma raz�n
que no comer� hoy.

No tengo ganas.

Coma porque se lo pido.
Perdone mi atrevimiento.

Imagine que es su hermana
quien se lo pide.

- Me lo acaba de decir.
- Tengo en ti la amistad de una hermana.

Exactamente.

El apasionado amante de Teresa
no despreci� el amor de Mariana.

Esto es culpabilidad en el
severo tribunal de las mujeres.

Pero la culpabilidad de Sim�o Botelho
era de naturaleza fr�gil,

que todo esplendor
de cielo, mar o tierra,

y todas las incoherencias,
absurdidades y vicios de los hombres...

lo aclamaban a �l
como el Dios de la Creaci�n.

Y en esta buena fe din�stica

�l sigue viviendo... y muriendo.

�Estar� preso tu padre?

No, me dice el coraz�n,

y mi coraz�n
nunca se enga�a.

�Y qu� dice tu coraz�n
sobre m�, Mariana?

�Acabar�n mis penas aqu�?

Quiero decirle la verdad,
Sr. Sim�o,

pero no puedo.

Habla, por favor,

que tengo fe en el buen �ngel
que habla desde tu alma.

- Dime.
- Eso har�.

Mi coraz�n dice que tus penas
apenas comienzan.

Sim�o escuch� atentamente,
pero no respondi�.

La humilde muchacha le oscureci� el humor
con esa idea amenazadora y ofensiva.

�Acaso piensa persuadirme
de Teresa para que la ame a ella?

Regres�.
Tu madre me mand� a llamar.

Lo s�.
�C�mo supo que yo estaba aqu�?

Ella sab�a que el se�or
estaba aqu�,

pero cre�a que se hab�a
ido a Coimbra.

�Qui�n se lo dijo?
No s�, ni pregunt�.

A la gente respetable
no se le hacen preguntas.

Dijo que sab�a por qu�
Su Se�or�a vino a esconderse aqu�.

Murmur� algo...

Pero la calm� como pude
y no habr� novedad.

Me pregunt� qu� hac�a Ud. aqu�
luego que la ni�a se fue al convento.

Le dije que estaba herido
despu�s de caerse de un caballo.

Volvi� a preguntarme
si Ud. ten�a dinero.

Le dije que no sab�a.

Ella entr�, y regres� un rato
despu�s con este paquete.

Para que se lo entregara.

Aqu� lo tiene.
No s� cu�nto es.

�Y no escribi�?

Dijo que no pod�a,
porque al lado estaba el se�or juez.

Tambi�n recomend� que Ud. no escribiera,
si no era desde Coimbra.

Porque si su padre se entera
que est� aqu�,

habr�a un caos
en la casa.

- Eso es todo.
- �No habl� de los criados de Baltazar?

Ni p�o.

En la ciudad,
nadie hablaba de eso hoy.

�Y qu� dijeron de la Sra. Teresa?

Nada.
S�lo que se fue al convento.

Ir� a darle
de comer a la yegua.

Est� sudando profusamente.

�Se�or Jo�o da Cruz?

Estimado Jo�o.

Si no tuviera dinero, aceptar�a
sus favores sin problemas.

Y s� que act�a as�
sin esperar beneficios.

Pero como he recibido
esta cantidad,

perm�tame darle una parte
para mi comida.

Las deudas que se no pagan
son motivo de gratitud,

y son demasiadas
para que me olvide de ti

y de tu buena hija.

Toma este dinero.

Las cuentas se saldan al final,
y nadie debe o�r de nosotros, Dios lo quiera.

Si necesito dinero, vendr�.

Por ahora el patio est� lleno de pollos,
y se hornea pan cada semana.

Pero ac�ptalo
y �salo en lo que quieras.

En mi casa soy el amo.

Guarde su dinero, noble se�or.
Y no hablemos m�s de eso,

si quiere que
todo termine bien.

�No se hable m�s!

En los cinco d�as siguientes,
Sim�o recibi� regularmente cartas de Teresa.

Algunas de resignaci�n
y consuelo.

Otras escritas en la
exasperada violencia de la nostalgia.

En una dec�a:

Mi padre debe saber
que est�s all�.

Y mientras est�s all�,
no me sacar� del convento.

Lo mejor es que
te vayas a Coimbra

y dejes que mi padre se olvide
de los �ltimos acontecimientos.

En otra carta, escribi� esto:

No me abandones, Sim�o.
No vayas a Coimbra.

Temo que mi padre quiera trasladarme
a otro m�s riguroso.

Sobre todo, eso me aterra,
pero no me doblega,

al saber que es voluntad
de mi padre el que yo profese.

Aunque s�lo puedo imaginar
violencia y tiran�a,

nada de eso me har�
tomar los votos.

Nuestra correspondencia
es imposible.

Me llevar�n a otro convento.

Espera noticias m�as
en Coimbra.

�Sr. Jo�o!

�Sr. Jo�o?

Ya voy. Ya voy.

La diligencia de Tadeu de Albuquerque
tuvo un �xito r�pido.

Tomadas todas las precauciones, hizo saber a
su hija, a su t�a, madre superiora del convento de Monchique,

que la quer�a en su compa��a
por un tiempo.

En esos momentos Sim�o
quer�a una voz reconfortante.

Quer�a llamar amigo a alguien
que estuviera all� para �l.

El herrero escuch� su historia
y dio su voto.

- Mi consejo es que espere a ver.
- �Esperar?

Me voy de inmediato
a Viseu.

Si quiere, ir� a la ciudad
y en el convento procurar� a Brito,

trabaja para una monja.

Puedo darle su carta para
que la entregue a la noble dama.

- �Es posible Mariana?
- Lo que se pueda hacer, se har�.

V�stete Mariana.
Voy a ensillar la yegua.

Cu�nto has sufrido,
noble coraz�n de mujer pura.

Si lo que haces es por gratitud
al hombre que salv� la vida de tu padre,

qu� rara virtud
es la tuya.

Si lo amas,

y para aliviar su dolor,

incluso despejas el camino por donde
�l escapa para siempre de ti,

�qu� nombre debo darle
a tu hero�smo?

�Qu� �ngel ha destinado tu coraz�n
a tan oscuro martirio?

Estoy lista.

Aqu� est� la carta,
querida amiga.

Haz lo posible
por traer una respuesta.

�El dinero tambi�n
es para la dama?

No, es para ti, Mariana.

C�mprate un anillo.

No uses mucho la fusta.

Est�s p�lida como la sidra.

�Qu� te pasa?
- Nada. �Qu� podr�a ser?

Dame la fusta, padre.

Vales m�s que todas
las mujeres nobles de Viseu.

Por la m�s adinerada,
no dar�a mi yegua.

Si el califa de Marruecos viniera,
pidiendo a mi hija,

que el diablo me lleve.
No la entregar�a.

Estas s� que son mujeres.
El resto es historia.

Qu� hermosa muchacha.

Qu� muchacha tan hermosa.

Deje a la muchacha y diga
cu�ndo el criado buscar� el vino.

Cuando quiera, madre superiora.
Pero mire esos ojos,

esa figura.

Todo en esa muchacha...

Por favor, padre Jo�o, considere que
tengo otras cosas que hacer.

- �De d�nde eres?
- Del pueblo.

Eso veo, �pero de cu�l?

- No me confesar� ahora.
- No te har� da�o confes�rmelo, hija.

- Soy un sacerdote.
- Eso veo.

- �Qu� mal genio!
- Soy como me ve.

�A qui�n buscas aqu�?

- Eso ya lo dije.
- �Mariana?

�Eres t�? Ven ac�.

- Quer�a hablarte en privado, Joaquina.
- Eso lo veremos. Espera ah�.

Mariana hab�a examinado al entrar,
una por una, las ventanas del monasterio.

En una de las ventanas,
a trav�s de los barrotes de hierro,

vio a una mujer sin h�bito.

�Ser� ella?
Pregunt� su coraz�n palpitante.

Y pens�:

- Si fuera amada como ella...
- �Mariana!

Sube las escaleras y entra por la primera
puerta del pasillo. All� estar�.

Joaquina, �qui�n era esa ni�a
tan p�lida, blanca como la leche...

- ...que estaba en la ventana cuando llegu�?
- Ser� alguna novicia.

- Hay dos muy hermosas aqu�.
- Pero no llevaba h�bito.

Ah, ya s�.
Es Do�a Teresinha Albuquerque.

- Entonces no estaba equivocada.
- �La conoces?

No, pero por ella
vine a hablar contigo.

�Qu� pasa? �Qu� pasa contigo
y la noble se�ora?

Conmigo, nada. Pero conozco
a alguien que la quiere entra�ablemente.

- �El hijo del magistrado?
- Exactamente.

Pero est� en Coimbra.

No s� si est�, o no.

- �Me haces un favor?
- Si puedo.

S� puedes.
Quiero hablar con ella.

Demonios.
No s� si sea posible.

Las monjas la mantienen vigilada,
y se marcha ma�ana.

�Y qu� quieres de ella?

No puedo decir
lo que no s�.

Quer�a entregarle una carta.

Que venga aqu� y te regalar�
una tela para un vestido.

�Qu� rica eres, Mariana!
No quiero tu tela, ni�a.

Si puedo dec�rselo
sin que me escuchen, lo har�.

Y ahora es buen momento.
La campana son� para el coro.

Joaquina tuvo �xito
en su dif�cil misi�n.

Teresa estaba sola,
absorta en sus pensamientos.

Fij� la mirada
cuando vio a Mariana.

Cuando la criada la llam�, Teresa la sigui�
y entr� a la salita.

Hazlo r�pido, toca desde adentro,
para abrirte la puerta.

Si alguien pregunta por ti,
dir� que est�s de vigilia.

Traigo esta carta
para Su Excelencia.

�Sim�o!

S�, mi se�ora.

No puedo escribirle porque me robaron
la tinta, y nadie me presta la suya.

Dile que salgo al alba hacia
el convento de Monchique en Oporto.

Que no se preocupe, porque
siempre ser� la misma.

Que no venga aqu�,
porque ser�a in�til y peligroso.

Que vaya a verme a Oporto. Me las arreglar�
para hablar con �l. �Se lo dir�s?

- S�, mi se�ora.
- No lo olvides. Que nunca venga aqu�.

Es imposible escapar
y tengo mucha compa��a.

Mi primo Baltazar,
mis primos y mi padre.

Y no s� cu�ntos criados
para el equipaje y el palanqu�n.

Llevarme durante el viaje
tendr�a resultados terribles.

�Le dir�s todo?

�Se�ora, tenga cuidado!
�La madre superiora est� adentro, busc�ndola!

Adi�s.

Toma este recuerdo
como muestra de mi gratitud.

No puedo aceptarlo, mi se�ora.

�Por qu� no?

Porque no le hice
ning�n favor.

Si aceptara una recompensa,
ser�a de quien me envi�.

Vaya con Dios, mi se�ora...

y que sea feliz.

Mariana pens�
para s� misma:

�No era suficiente
ser noble y rica,

y tambi�n tan hermosa
como jam�s se haya visto.

Sim�o, desde la ventana
de su cuarto, explor� el camino.

Al ver a Mariana, lleg� hasta
el patio sin tomar precauciones,

y olvid�ndose de su herida.

La hija del herrero le dio
el recado palabra por palabra.

Sim�o lo oy� pl�cidamente

hasta que ella le dijo que el primo Baltasar
acompa�ar�a a Teresa hasta Oporto.

�Siempre el primo Baltasar,
cavando su tumba y la m�a!

�Ser� la de �l!

�Que se muera, y se lo lleven
30 millones de demonios!

Pero mientras me llame Jo�o,
su se�or�a debe vivir.

D�jela ir a Oporto.
No estar� en peligro en el convento.

- Debo verla antes de partir.
- Ella le recomend� que no fuera.

- �Por su primo?
- Creo que s�.

Y tal vez porque
no le servir� nada.

Si quiere a esa mujer,
la tomaremos.

Padre, no meta a este hombre
en problemas.

No tengo dudas, ni�a.

Soy yo quien no quiere
meter a nadie en problemas.

Tan grande es mi desgracia,
que debo luchar solo.

Sr. Sim�o,

no maneje estos
problemas usted solo.

Cuando comiencen a torturar,
no dejan tener paz.

Pasiones...

�Que el diablo se las lleve!

D�jela ir con Dios o con el diablo.
Si ha de ser suya, lo ser�.

Es lo mismo hacia delante
que hacia atr�s,

dice un viejo proverbio.

Esto no es miedo,
noble se�or.

Jo�o da Cruz sabe c�mo poner
dos hombres fuera de circulaci�n,

pero no sabe
lo que es el miedo.

Si quiere liberar
a esta muchacha de su padre,

de su primo, y de un regimiento,
si fuera necesario,

me ir� a caballo y volver�
en tres horas con cuatro hombres.

Padre, no le des ese consejo.

�C�llate!

Ve a preparar la yegua
y dale de comer.

No tienes nada
que buscar aqu�.

No se preocupe, se�ora Mariana.

No seguir� el consejo
de su padre.

Lo escucho con gusto porque s�
que me desea lo mejor,

pero har� lo que me dicte
mi honor y mi coraz�n.

Te considero perdida, Teresa.

Tal vez no vea
el sol ma�ana.

Todo a mi alrededor
tiene el color de la muerte.

Parece que el fr�o
de mi sepultura

corre a trav�s de mi sangre
y mis huesos.

No puedo ser lo que
quer�as que fuera.

Mi pasi�n no se conforma
con la desgracia.

Eras mi vida

y ten�a la certeza de que
los contratiempos no nos separar�an.

S�lo el miedo a perderte
me mata.

Lo que me queda
del pasado

es el coraje de buscar una muerte
digna de los dos.

Tal vez t� puedas soportar
una lenta agon�a,

pero yo no.

Yo podr�a vivir con
una desafortunada pasi�n,

pero este rencor
sin venganza

es un infierno.

Mi vida no ser� dada
en vano.

No.

Estar�s sin m�, Teresa,

pero no habr� un infame
persigui�ndote despu�s de mi muerte.

Tengo celos de todas
tus horas.

Pensar�s con nostalgia
en tu esposo en el cielo.

Y nunca se aparten de m�
los ojos de tu alma

para ver a tu lado

al desgraciado que nos mat� la realidad;
tantas esperanzas forjadas.

Ver�s esta carta
cuando yo est� en el otro mundo,

esperando las plegarias
de tus l�grimas.

Con tu amor me has dado fe,
Teresa.

Todav�a creo que tu luz
nunca morir�,

pero la divina providencia
me ha abandonado.

Recu�rdame.

Vive

para contarle al mundo,

con tu lealtad a una sombra,

por qu� me arrastraste
al abismo.

Escuchar�s con gloria

la voz del mundo,

diciendo que
eras digna de m�.

Cuando leas esta carta...

Ser� la �ltima vez que pongo
la mesa para usted en mi casa.

�Por qu� lo dices, Mariana?

Me lo dice mi coraz�n.

�Lloras porque sientes
l�stima por m�, Mariana?

Lloro...

porque creo que
no lo volver� a ver.

Pero si vuelve a pasar,

prefiero morirme
de eso que vea.

Tal vez no ser� as�,
amiga m�a.

�Podr�a su se�or�a
hacer algo por m�?

Depende de lo que
me pidas.

No salga hoy, ni ma�ana.

Pides algo imposible, Mariana.

Me matar�a yo mismo
si no salgo.

Entonces, perdone
mi afrenta.

Que Dios le proteja.

La muchacha le cont� a su padre
las intenciones del estudiante.

El amo Jo�o trat� de disuadirlo de que
se fuera, citando su herida como excusa.

Y como no pudo disuadirlo,
decidi� acompa�arlo.

Ya est� todo preparado.

La carabina est� cargada y
la yegua recibi� doble raci�n.

Cuando le dijo que no ir�a a Viseu, y que
seguir�a a Teresa a Oporto pasada su convalecencia,

Jo�o da Cruz
de repente le crey�.

Pero Mariana, siempre atenta
a los impulsos de su coraz�n,

dud� del
cambio de opini�n

y le pidi� a su padre
que vigilara al noble.

Me quedar� aqu� para pedirle
a la Virgen que le acompa�e.

Sim�o oy� a su
voz interior decir:

"Tu �ngel de la guarda habla a trav�s de esa
mujer que no tiene m�s inteligencia que su coraz�n."

Dale un abrazo a tu padre de mi parte.
Adi�s, y hasta luego.

�Hasta el juicio final!

El destino debe cumplirse,
si Dios as� lo quiere.

Sim�o desapareci�
entre las sombras.

cuando Mariana encendi�
la luz del santuario

y or� con el fervor
de las l�grimas.

Sim�o examin� una por una
las ventanas del convento.

En ninguna vio
un destello de luz.

La �nica luz...

ven�a de la l�mpara del Sacramento
que se filtraba opaca y p�lida

por una abertura
de la iglesia.

Nada de gimoteos, t�o.

Ser�a una verg�enza
si te casas.

En menos de un a�o
estar�n curados.

Un a�o en un convento
es un gran vomitivo para el coraz�n.

Nada como eso para
limpiar de vicios

el coraz�n de las j�venes
criadas con discreci�n.

Si la hubieras educado
para obedecer ciegamente,

hoy ser�a sumisa y no se sentir�a
con derecho a elegir marido.

- Era hija �nica, Baltasar.
- Por eso mismo.

Si tuvieras otra hija,
la p�rdida ser�a menos dolorosa

y menos desastrosa
su desobediencia.

Pudiste haberle dado todo
a la hija m�s querida

y haber desheredado a la mayor
con un permiso real.

En su lugar,
no veo otro remedio.

Teresa.

Aqu� estoy, se�or.

- Estamos a tiempo.
- �Para qu�?

- Para ser una buena hija.
- Creo que lo soy.

Y este...

�Quieres ir a casa y olvidar a ese maldito
que nos ha hecho a todos desgraciados?

No, padre m�o.

Mi destino es el convento.

Ni siquiera muerta
lo voy a olvidar.

Tal vez sea una hija desobediente,
pero mentirosa jam�s.

Ni siquiera aqu�.

- �Vas hablar conmigo, prima Teresa?
- Contigo, s�.

�Ni siquiera aqu� me libero
de tu odiosa presencia?

Soy uno de los criados
que te har�n compa��a.

Hasta hace unos d�as, ten�a dos
dignos de acompa�ar a mi prima,

pero fueron asesinados.

- En su lugar, yo me ofrezco.
- Dispenso tu delicadeza.

No puedo, a falta de
mis dos fieles criados.

Y as� debe ser.

S�lo los cobardes se esconden
detr�s de sus siervos.

Las cuentas no han
sido saldadas, querida prima.

�Sim�o!

Era de imaginarse que
el infame vendr�a.

�Infame? �Yo?

�Y por qu�?

�Infame asesino!

�Desaparece de mi vista!

�Este hombre es un idiota!
No discutir� con su se�or�a.

Mi se�ora, sufra con
resignaci�n como yo.

Lleve su cruz
sin maldecir violencia

y quiz�s, en medio
de su calvario,

la divina misericordia
duplicar� su fuerza.

- �Qu� est� diciendo este sinverg�enza?
- Vino aqu� a insultarte, t�o.

Viene aqu� y consuela
a tu hija con su perfidia.

�Esto es demasiado!

Te matar� aqu� mismo, villano.

Villano es el desgraciado
que me amenaza sin acercarse.

No te castigar� en presencia
de los siervos de mi t�o

que t� crees
que son mis defensores.

�Canalla!

Si es as�,

espero no volver
a encontrarme con su se�or�a.

Eres tan cobarde y sin dignidad
que tendr�a que azotarte.

Baltasar Coutinho se abalanz�
con �mpetu contra Sim�o.

Trat� de apretarle
la garganta,

pero r�pidamente perdi�
la fuerza en sus dedos.

Cuando las se�oras lograron
interponerse entre los dos,

Baltasar ten�a el cr�neo
atravesado por una bala.

Vacil� un segundo
y cay� sin vida a los pies de Teresa.

Odio.

Odio, s�,

contra las falsas virtudes
de los hombres

que se vuelven b�rbaros
en nombre de su honra.

Dieciocho a�os.

�M�tenlo! �M�tenlo!

- �Huye! La yegua est� en la calle.
- No voy a correr, s�lvate t�.

�Huye! Los soldados
no tardar�n en llegar.

Ya dije que
no voy a huir.

�Est�s acabado!

Ya lo estaba.

Huye, querido amigo,
te lo pido por tu hija.

Puedes serme �til, huye.

Se abrieron todas
las puertas y ventanas

cuando el herrero huy�.

Uno de los primeros en salir
a la calle fue el alguacil.

�Arr�stenlo, es un asesino!

- �Cu�l?
- Soy yo.

�Su Se�or�a?

Ven, te dejar� escapar.

No huyo, estoy preso.

Aqu� est�n mis armas.

Tadeu de Albuquerque,
cuando se recuper� del espasmo,

puso a su hija
en una litera

y orden� que dos sirvientes
que la acompa�aran a Oporto.

Las hermanas de Baltasar

siguieron su cad�ver
hasta la casa de su t�o.

�Qu� alboroto es ese?

�Do�a Rita!

�Do�a Rita!

�Qu� es este alboroto?

- �Qui�n grita?
- Usted es qui�n grita m�s.

Soy yo.

- �Qui�n llora?
- Sus hijas.

�Y por qu�?

�Di algo!

Est� bien.

Sim�o mat� a un hombre.

�En Coimbra?

�Y hacen tanto bulla
por eso?

No fue en Coimbra,
fue en Viseu.

�Te burlas de m�?

�El muchacho est� en Coimbra
y mata en Viseu?

Es un caso que no cubren
las leyes del Reino.

Parece que est�s bromeando.

En la madrugada tu hijo mat�
a Baltasar Coutinho,

sobrino de
Tadeu de Albuquerque.

- �Fue arrestado?
- Est� con el alguacil.

D�jame llamar al oficial.

�Sabes c�mo y por qu�
fue esa muerte?

- �D�jame llamar al alguacil!
- �Por qu� no vas a su casa?

- �Qu� voy a hacer all�?
- Para saber de tu hijo.

- C�mo pas�.
- �No soy un padre, soy un juez!

�No me incumbe
a m� interrogarlo!

�Y no quiero
o�rlas quej�ndose!

�Diles a las muchachas que se callen
o las mandar� al jard�n!

El alguacil inform�
todo lo que sab�a.

Fue el amor por la hija de Albuquerque
la causa de aquel desastre.

�El juez cumplir� con la ley!

Si no es estricto,
lo obligar� a serlo.

�Por qu� hablas as�
de tu hijo?

Porque soy el juez
de esta comarca

y no protejo asesinos
por celos

de la hija de un hombre
que detesto.

Prefiero verlo muerto
a emparentarme con esa familia.

Le he escrito muchas veces
dici�ndole que lo expulsar�a de mi casa.

Do�a Rita, en su amor maternal
y esp�ritu de contradicci�n,

protest� inmediatamente.

Pero tuvo que desistir por la ins�lita
y pertinaz ira de su marido.

Mi se�ora...

En cosas de poca importancia,
su intrusi�n ser�a tolerable,

pero en cuestiones de honor,
no lo tolerar�.

En ese momento, el juez provincial
entr� en la sala de espera.

El juez fue a recibirlo, no con
la actitud de quien pide indulgencia,

sino que con el ce�o fruncido,
parec�a que iba a reprender al juez,

porque su visita dar�a a entender
falta de imparcialidad.

Mis condolencias por
la desgracia de su hijo.

Gracias, su se�or�a.

Lo s� todo.

�Ya se inici� el proceso?

- Ten�a que aceptar la queja.
- Si no lo hubieras hecho,

te habr�a obligado
a cumplir las leyes.

La situaci�n de Sim�o es p�sima.
Confes� todo.

Dijo que mat� al verdugo
de la mujer que ama.

Hizo muy bien.

Le pregunt� si fue
en defensa propia.

Respondi� que no, que habr�a
usado su bota, y no la pistola.

Trat� de que diera respuestas

que mostraran amnesia,

pero �l respondi� con tanta
consistencia y solidez mental

que demuestra que fue un asesinato premeditado,
ejecutado con plena conciencia.

Su se�or�a, su situaci�n
es muy triste.

Quer�a ayudarlo,
pero no puedo.

�Yo no puedo, ni quiero!

- �Est� en prisi�n?
- Todav�a no, est� en mi casa.

- �Ordena que le prepare un decente?
- Yo no ordeno nada.

- Finjo que Sim�o no es pariente m�o.
- �Pero su se�or�a, Ud. es su padre!

- Soy un juez.
- Su severidad es excesiva.

La ley le castigar�,
no lo haga usted con su odio.

No lo odio, se�or.

No reconozco al hombre
del que habla.

Como juez, haga lo que
ordenen sus deberes.

El amigo le agradecer� despu�s
por su amabilidad.

Acabo de hablar con tu padre.

Est� m�s enojado
de lo que esperaba.

Por ahora, no puedes contar
con su influencia, ni su protecci�n.

- �Qu� importa?
- Importa mucho, Sr. Botelho.

Si su padre quisiera,
podr�a suavizar su condena.

�Qu� me importa la condena?

�No le importa ser enviado
a la horca?

- No, se�or.
- �Qu� est� diciendo, Sr. Sim�o?

Mi coraz�n es indiferente
al destino de mi cabeza.

Su padre no garantizar�
sus necesidades b�sicas en la c�rcel.

No lo sab�a.
�Y qu� con eso?

�Qu� importa morir de hambre
o en el pat�bulo?

Escr�bale a su madre.

- �Qu� debo preguntarle?
- Que suavice el enojo de su padre,

o no tendr�
nada que comer.

�Crees que soy un miserable
que se preocupa por comer?

No eres responsable de cuidar
de mi est�mago.

Por supuesto que no.
Haga lo que quiera.

Le entreg� el culpable
al alguacil

y solicit� al guardia no pedir
refuerzos para acompa�arlo.

Un prisionero
te prest� esta silla.

La partida de nacimiento
de Sim�o,

escrita por el p�rroco de la iglesia
de Nuestra Se�ora de Ajuda,

nos muestra
el siguiente hecho:

El segundo d�a
del mes de mayo de 1784,

Sim�o, en peligro de vida,
fue bautizado en casa.

Tu madre lo env�a
secretamente.

Desgraciado, est�s perdido.

No puedo ayudarte porque tu padre
est� siendo implacable.

En secreto te he enviado el almuerzo
y no s� si podr� enviarte la cena.

Qu� destino el tuyo.
Si hubieras muerto al nacer.

Me dijeron
que naciste muerto,

pero tu destino fatal
no quiso abandonar su v�ctima.

�Por qu� saliste
de Coimbra?

�Qu� has hecho, infeliz?

Ahora s� que has vivido
fuera de Coimbra 15 d�as

y nunca dijiste
una palabra a tu madre.

Sim�o pens� para s�:

"�C�mo entiendo esto?

�No fue mi madre quien
llam� a Jo�o da Cruz?

�Y no fue ella la que
me envi� el dinero?

El almuerzo se enfr�a, muchacho.

Debes estar sin dinero,

y por desgracia
no puedo enviarte nada.

Tu hermano, desde que huy� a Espa�a,
consume todos mis ahorros.

Su hermano, desde que huy� a Espa�a,
consume todos mis ahorros.

Ya veremos, despu�s de un tiempo,
lo que puedo hacer,

pero temo que tu padre quiera
llevarnos a Vila Real

para dejarle tu proceso
a la severidad de las leyes.

Mi pobre Sim�o.

�D�nde te escondiste
estos quince d�as?

No puedo m�s.

Tu padre ya golpe� a Ritinha
porque quer�a visitarte.

Cuenta con el poco valor
que tu podre madre

soportando a un hombre
impulsivo como tu padre.

Sim�o Botelho reflexion�
unos minutos.

Se convenci� de que el dinero recibido
era de Jo�o da Cruz.

Luego de esta meditaci�n,
ten�a los ojos llenos de l�grimas.

No llore, muchacho.
Dios har� lo mejor que pueda.

Coma, se�or Sim�o.

- Ll�vate el almuerzo.
- �No quiere comer?

No, y no vuelvas.

No tengo familia, no quiero nada
de la casa de mi padre.

Dile a mi madre que estoy calmado,
bien acomodado, feliz,

y orgulloso de mi suerte.

Vete.

El criado le dijo al carcelero
que su desventurado jefe estaba loco.

Do�a Rita consider� la sospecha
del criado como probable

y pudo confirmar la locura
en las palabras de su hijo.

Cuando el carcelero volvi� con Sim�o,
lleg� acompa�ado de una campesina.

El carcelero se fue,
pensando para s�:

"Esta es mucho m�s bonita
que la noble".

No quiero ver l�grimas,
Mariana.

Soy yo quien deber�a derramar
algunas l�grimas,

l�grimas dignas de m�,

l�grimas de gratitud por los
favores recibidos de ti y de tu padre.

Mi madre nunca
me envi� dinero.

Era de tu padre
el dinero que recib�.

- �Tu padre corri� alg�n peligro?
- No, se�or.

- �Est� en casa?
- S�, parece estar furioso.

Quer�a venir,
pero no lo dej�.

- �Alguien lo persigui�?
- No, se�or.

Dile que no se preocupe
y ve a consolarlo.

No puedo volver sin hacer
lo que me dijo.

Debo irme,
volver� pronto.

C�mprame una mesa,
una silla, tinta y papel.

Todo estar� aqu� pronto.

Mi padre me dijo

que no comprara nada, sin antes saber
si su familia le enviar� lo necesario.

No tengo familia, Mariana.

- Toma el dinero.
- No sin el permiso de mi padre.

Para esos gastos me est� dando
demasiado dinero.

�C�mo est� su herida?

Ni siquiera me acuerdo.
Ya no me duele.

�Algo sobre Do�a Teresa?

O� que se fue a Oporto.
Su padre la puso inconsciente en un palanqu�n

y hay mucha gente
a su puerta.

Muy bien, Mariana.
Todo desgraciado tiene su par.

Ve, piensa en tu hu�sped,
s� su �ngel misericordioso.

Tenga paciencia.
No morir� abandonado.

H�gase de cuenta
que hoy vino una hermana.

No es muy buen almuerzo.

Galletas y licor de canela.

No encontr� nada m�s.

Ese mismo d�a, el juez orden�
a su esposa e hijas prepararse

para salir al d�a siguiente con todo
lo que pod�an llevar a caballo.

Al d�a siguiente, al amanecer,
salimos para Vila Real.

Mam� lloraba siempre.
Pap�, enojado por eso,

baj� del palanqu�n
que compart�a con ella,

me hizo tomar su lugar
e hizo todo el viaje en mi caballo.

Tan pronto llegamos
a Vila Real,

las disputas por Sim�o
eran tan frecuentes

que mi padre abandon� a la familia
y se fue a la finca de Montezelos.

Incluso mi madre quer�a abandonarnos
e ir a casa de sus primos en Lisboa

para agilizar la liberaci�n
de nuestro hermano.

Pero pap� repentinamente cambi�
de actitud cuando se enter�,

y amenaz� a mi madre
con obligarla legalmente a

no dejar la casa
de su esposo e hijas.

De vez en cuando recibimos
noticias siempre tristes,

porque, en ausencia de mi padre,

todos los nobles de Viseu,
como era de esperar,

conspiraron contra
mi desgraciado hermano.

Mi madre le escribi�
a sus parientes en la capital,

implor�ndoles un perd�n real
para su hijo.

Pero todas esas cartas
terminaron en manos de mi padre.

Mi madre un d�a pidi� permiso
para ir a Viseu.

Mi padre se lo neg�
y se enoj� mucho con ella.

Despu�s de siete meses,

nos enteramos de que Sim�o
hab�a sido condenado a la horca.

En la horca

erigida en el lugar donde
hab�a cometido el asesinato.

Las ventanas permanecieron cerradas
durante ocho d�as. Nos vestimos de luto

y mi madre enferm�.

Cuando lleg� la noticia
a Vila Real,

todos los ilustres habitantes
de la zona fueron a Montezelos

para convencer a mi padre

de usar su influencia
para salvar a su hijo condenado.

Algunos parientes vinieron de Lisboa
para protestar contra esa infamia

que llenar�a de verg�enza
a la familia.

Mi padre respondi� a todos
con estas palabras:

"La horca no s�lo
fue inventada

para aquellos que desconocen
el nombre de sus antepasados.

La verg�enza de una familia
son las malas acciones.

La justicia s�lo difama
al que castiga."

Despu�s de ser llevado a su cuarto,
le dijeron que pod�a apelar.

Dijo que no lo har�a,

que estaba contento con su suerte
y con su acuerdo con la justicia.

Pregunt� por Mariana,
y el carcelero le dijo que la llamar�a.

Jo�o da Cruz lleg� llorando,
temiendo perder a su hija

porque ella estaba delirando,
hablando de la horca

y pidiendo
que la mataran primero.

Se�or da Cruz,
cuide a su hija.

D�jeme a m�, que estoy
vigoroso y saludable.

Vaya a consolar esa criatura
que naci� bajo mi mala estrella.

S�quela de Viseu,
ll�vela a casa.

S�lvela para que queden en este mundo
dos hermanas que lloren por m�.

Los favores
que me ha hecho

ya no sirven de nada
dada mi corta vida.

Dentro de unos d�as
me llevar�n al oratorio.

Y es mejor que su hija
no lo sepa.

Cuando regres�, Jo�o da Cruz
encontr� a su hija postrada en el suelo.

Con heridas en el rostro,
llorando y riendo. Fuera de s�.

�l la llev� a casa, atada

y nombr� a otra persona
para ayudar al condenado.

La fr�gil constituci�n de Teresa
se deterioraba r�pidamente.

La ciencia la conden�
a una muerte pronta.

Esta informaci�n le fue dada
a Tadeu de Albuquerque.

No quiero que
mi hija muera,

pero si Dios se la llevara, morir�a
m�s tranquilo y con mi honra sin mancha.

Qu� inmaculado era el honor
del noble de Viseu.

Una monja le dijo
inadvertidamente

que Sim�o hab�a sido
condenado a muerte.

Y yo sigo viva.

Ella le sonri�
al �ngel de la muerte

y le pidi� que la envolviera,
junto con su amor y su esperanza,

en la oscuridad
de sus alas.

�Me har�as el favor de
entregarle una carta a Sim�o

a trav�s de tu amigo
en el convento Dos Remedios?

Creo que s�.
Har� mi mejor esfuerzo.

Dame pluma y papel
y que Dios se lo pague, querida.

Sim�o, mi esposo,
lo s� todo.

La muerte est�
con nosotros.

Te escribo sin l�grimas.

Mi agon�a comenz�
hace siete meses.

Dios es bueno
y me ha librado del crimen.

Este es nuestro fin, Sim�o.

Mant�n la esperanza.

La eternidad
parece tenebrosa.

porque la esperanza era la luz
que me guiaba desde ti hacia la fe.

Pero nuestro destino
no puede terminar as�.

Trata de aferrarte a los �ltimos hilos
de tu vida con una esperanza cualquiera.

�Nos veremos en
otro mundo, Sim�o?

�Podremos contemplar a Dios?

No importa si no hay nada
m�s all� de esta vida.

Al menos, morir

es olvidar.

Si t� pudieras seguir viviendo,
�de qu� servir�a?

Tambi�n estoy condenada
y sin remedio.

�S�gueme, Sim�o!

�Acepta la muerte!
No te arrepientas.

Si hubo un crimen,
la justicia de Dios te perdonar�

por las angustias
que has sufrido en la c�rcel

los �ltimos d�as antes...

Teresa iba a escribir
una palabra,

cuando una convulsi�n
le sacudi� el cuerpo.

No escribi� la palabra,

pero la idea de la horca
le detuvo la vida.

En los tres d�as siguientes,
Teresa no se levant� de la cama.

Las monjas que la atend�an
esperaban que muriera.

"Es dif�cil morir",
dec�a la enferma a veces.

Es dif�cil morir.

No faltaron discursos piadosos
para distraer al esp�ritu del mundo.

Teresa escuch�
y dijo ansiosamente:

La esperanza del cielo...

Sin �l,
�qu� es el cielo, Dios m�o?

Domingos Botelho ten�a un t�o, viejo
y reverenciado, llamado Ant�nio da Veiga.

Fue �l quien
hizo el milagro.

Su sobrino estaba plantando una vid,
y se uni� a �l.

Dios me ha mantenido vivo
hasta los ochenta.

Podr�a vivir
dos o tres a�os m�s,

pero esto
ya no es vida.

Hasta hoy,
�ha sido honrada!

Hasta hoy,
�ha sido honrada!

�Y sin pecado!
Y as� ha de acabar.

Mis ojos no ver�n
la deshonra de su familia.

Domingos Botelho,

o t� me prometes que salvar�s
a tu hijo de la horca,

o yo,
en tu presencia

y de esta gente,

�me mato!

Muy bien.

Sim�o no ser� ahorcado.

Al d�a siguiente, Domingos Botelho
fue a Oporto a ver a algunos amigos

y desde all�
se fue a Lisboa.

No huyas todav�a, Teresa.

Ya no veo la horca,
ni la muerte.

Mi padre me protege,

la salvaci�n es posible.

Aferra a tu coraz�n
los �ltimos hilos de tu vida.

Prolonga tu agon�a hasta que
te diga que todav�a hay esperanza.

Ma�ana ir� a una prisi�n
en Oporto

y despu�s esperar� la absoluci�n
o conmutaci�n de sentencia.

En todas partes
hay cielo,

y flores, y Dios.

Si vives,
un d�a ser�s libre.

La l�pida nunca
puede ser levantada.

�Vive, Teresa, vive!

Ayer vi nuestras
estrellas, Teresa,

las de nuestros secretos

en las noches de ausencia.

Volv� a la vida

y tengo un coraz�n
lleno de esperanza.

�No mueras, vida de mi vida!

Era tarde en la noche cuando Teresa
ley� la carta de Sim�o.

Llam� a la criada para que
la ayudara a vestirse.

Esa noche la luna brillante

eclipsaba el fulgor de unas estrellas
que Teresa buscaba en el cielo.

Esas son.

- �Qu�, mi se�ora?
- Mis estrellas,

p�lidas como yo.

�Quiero vivir!
�D�jame vivir, Se�or!

Va a vivir, ni�a, va a vivir.
Dios es misericordioso.

Pero no est� al sereno de la noche.
La humedad del r�o le har� mal.

�D�jame, esto es vivir!

Hac�a tanto tiempo
que no ve�a el cielo.

Me siento resucitada
aqu�, Constan�a.

�Por qu� no he respirado
este aire cada noche?

�Podr� vivir unos a�os m�s?

�Podr�, mi querida Constan�a?

Sim�o vive

y quiere que yo viva.

Sim�o va a Oporto.

- �Recibiste carta de �l, mi ni�a?
- S�.

�Quieres o�rla?

Te la leer�.

No huyas todav�a, Teresa.

Ya no veo la horca
ni la muerte.

Mi padre me protege,
la salvaci�n es posible.

Aferra tu coraz�n a los
�ltimos hilos de tu vida.

Prolonga tu agon�a mientras
te diga que todav�a hay esperanza.

�Y si muero?
�Y si muero, Dios m�o?

Todos dicen que voy a morir
y el m�dico ya no me prescribe nada.

Lo mejor ser�a
que ya hubiera muerto.

Morir con esperanza.
�Oh, Madre de Dios!

Se arrodill� ante la imagen sagrada
que hab�a tra�do de Viseu,

a la que su madre
y abuela hab�an rezado,

y sobre cuyo rostro compasivo
las dos moribundas

hab�an apagado
los �ltimos rayos de luz.

No creas que estoy llorando
porque estoy afligida, primo.

Nuestro �ngel, si Dios quiere,
puede ser salvo.

Esta ma�ana la vi caminando
por los pasillos.

Su rostro luc�a
tan diferente hoy.

Si ella sigue mejorando,
tendremos a Teresa de vuelta.

Es un milagro.

Estoy muy feliz,
mi querida prima.

Quiero llevarla a Viseu.
All� se recuperar�.

Es muy pronto para un viaje
tan largo y dif�cil.

D�jala quedarse unos meses m�s,
antes de llev�rtela.

- Por ahora no apruebo esa imprudencia.
- Mayor imprudencia es dejarla en Oporto,

donde debe estar el malvado
asesino de nuestro primo.

�Acaso no lo sabes, prima?

El juez es un sinverg�enza y
se las arregl� para obtener la apelaci�n.

Ahora estoy trabajando para
que la sentencia sea confirmada,

pero mientras
ese asesino est� aqu�,

no quiero a mi hija
en Oporto.

T� eres el padre, y yo s�lo
una pariente. H�gase tu voluntad.

- �Quieres verla, verdad?
- S�, si es posible.

Bien, espera.
Teresa vendr� aqu�.

Mira c�mo te encuentro, Teresa.

�Por qu� no me dijiste
de tu condici�n?

No estoy tan mal como
se imaginan mis amigas.

�Tienes fuerza para
ir conmigo a Viseu?

Apenas tengo fuerza para decirte
que no volver� a Viseu.

- Tu salud depende de ello.
- No, al contrario.

- Aqu� vivir� y morir�.
- En realidad no, Teresa.

Este aire es da�ino para tu salud,
tienes que venir.

Mi deber es guiar y corregir
tu mal destino.

Ya est� corregido, padre.

- La muerte repara todos los errores.
- Lo s�, pero te quiero viva.

Despu�s del viaje, ver�s c�mo
milagrosamente volver� tu salud.

- No voy a ir, pap�.
- �No vas?

Estamos separados
por estas barras, padre.

- Siempre estaremos separados.
- �Y la ley?

�No sabes que solo
tienes 18 a�os?

S�, lo s�.

No conozco la ley, y no
me preocupa mi ignorancia.

Es posible que una mano violenta
venga a arrancarme de aqu�,

pero conv�ncete, padre,
que esa mano va a encontrar un cad�ver.

Despu�s, haz lo
que quieras conmigo.

Mientras pueda decir que no voy,
juro que no ir�.

�Ya sabes que el asesino
est� en Oporto?

- Lo s�, se�or.
- Lo dices sin verg�enza ni horror.

Padre, no puedo seguir
escuch�ndole, me siento mal.

Por favor, disc�lpeme,
y busque venganza como pueda.

Mi gloria en este martirio
ser�a ser colgada junto al asesino.

No es necesario, estoy bien.
Estos golpes son vitales, t�a.

�Qu� est� pasando, primo?

- �Quiero fuera a Teresa!
- �C�mo fuera? �Y qui�n la va a sacar?

T�. No puedes retenerla en contra
de la voluntad de su padre.

- Es cierto, pero ten prudencia, primo.
- �Qu� prudencia ni prudencia!

- �Quiero a mi hija aqu� afuera!
- Ella no se quiere ir. - No, se�ora.

Estoy segura de que
podemos convencerla.

No hay necesidad
de usar la fuerza.

Abre estas puertas
y me la llevar�.

Estas puertas no pueden abrirse
sin el permiso de un superior.

Tranquil�cese, se�or.

Vaya a calmar
ese frenes�,

y vuelva m�s tarde para que
hablemos de una soluci�n digna.

Ya entiendo.

Conspiran todos contra m�.

Se�ora, vaya sabiendo,

�que no quiero que mi hija reciba
m�s cartas de ese asesino!

No creo que Teresa haya
recibido cartas del asesino.

Ni creo que las recibir�
a partir de ahora.

�Qu� importa
lo que Ud. cree?

Vigilar� el convento.

La criada que est�
con ella, s�cala.

�Por qu�?

Porque le encargu� que
me contara todo, y no lo ha hecho.

- No ten�a nada que decir, se�or.
- No trates de enga�arme.

- �La criada fuera del convento ahora!
- No puedo hacerlo, no me gusta la injusticia.

Si quiere que su hija
tenga otra criada, m�ndela,

pero la que tiene ahora
servir� a muchas se�oras en esta casa

y ella quiere quedarse.

Ya veo, quieren matarme.

Pero no tendr�n �xito,
�a menos que intervenga el diablo!

Tadeu de Albuquerque
se present� ante la polic�a,

pidiendo que le
entregaran a su hija.

El oficial dijo que
no era de su competencia.

Enfurecido, se dirigi� al juez
de Oporto con aire arrogante.

Al d�a siguiente, habl� para ver
algunos jueces de apelaci�n.

Uno de ellos era un amigo de infancia
de Do�a Rita Preciosa,

que le dijo esto
al noble:

"No se necesita mucho para
ser homicida, Sr. Albuquerque."

�Cu�ntas muertes
habr�a causado hoy

si alguien hubiera
objetado tu ira?

Este desafortunado muchacho,
contra quien pide violencia excesiva,

mantiene su dignidad
en medio de su gran desgracia.

Su padre lo ha abandonado,

y a pesar de su degradaci�n,
no ha emitido un grito suplicando misericordia.

Hay grandeza en este
hombre de 18 a�os, Sr. Albuquerque.

Si usted no
se hubiera opuesto

a las honestas e inocentes
afecciones de �l por su hija,

la justicia no lo habr�a
enviado a la horca

y la vida de su sobrino no se
habr�a desperdiciado por sus caprichos.

Y si su hija se hubiera casado
con el hijo del juez de Viseu,

�de verdad cree que su blas�n
habr�a sido deshonrado?

No s� hasta qu� punto llega la
nobleza del Sr. Tadeu de Albuquerque,

pero en el blas�n de Do�a Rita
Teresa Preciosa Caldeir�o Castelo Branco

puede encontrar las genealog�as
m�s veraces e ilustres del Reino.

Por parte del padre, Sim�o Botelho,
lleva la sangre de Tr�s-os-Montes

y no se atrever� a competir
con los Albuquerque de Viseu

que no son los "terribles Albuquerques"
sobre los que escribi� Luis de Cam�es.

Son amargas las verdades,
�no es as�?

Su Excelencia sabe bien
lo que dice,

pero yo s�
lo que hay hacer.

Haga lo que quiera,

pero aseg�rese,
si le sirve de algo,

de que Sim�o Botelho
no vaya a la horca.

Ya veremos.

Han pasado 13 d�as
del mes de marzo de 1805.

Sim�o est� en una
celda secreta en la c�rcel de Rela��o.

Esta maleta contiene
las cartas de Teresa,

ramilletes secos,

sus manuscritos
de la c�rcel de Viseu,

y un delantal de Mariana,

el �ltimo con que ella,
el d�a del juicio,

se sec� las l�grimas
en su primer instante de demencia.

Un d�a de amor y esperanza fue aquel cuando el Se�or lo envi� a la caba�a enclavada en la garganta del cerro,

a la opulenta caminata
en su vestimenta militar,

y el mendigo que se desperezaba
junto a las columnas del templo.

Nuestro pan de cada d�a...

y tu pecho, para descansar
mi rostro intachable,

es todo lo que pido
al cielo.

Me he sentido
como un hombre de 17.

He visto la virtud
a la luz del amor.

Cre� que era santa, la pasi�n
que absorb�a a todas las otras,

o purificada con su fuego sagrado.

Dime t�, Teresa,

si mis labios han profanado
la pureza de tus o�dos.

�Nunca, Teresa!
�Nunca!

�Oh, mundo, t� me condenas!

Si me ordenaras morir para no
privarte de ser feliz con otro hombre,

�morir�a, Teresa!

Pero estabas sola y triste,

y pens� que tu verdugo
no sobrevivir�a.

Heme aqu�, un asesino,

y sin remordimientos.

�Usted aqu�?

�Y Mariana? �La dejaste sola?
�O ha muerto, tal vez?

No est� sola, ni muerta.

El diablo no siempre
est� al acecho.

Mariana volvi� a sus cabales.

- �Dice la verdad, Sr. Jo�o?
- �Por supuesto!

Fue cosa de brujer�a, en mi opini�n.

Sangrado, agua fr�a en la cabeza,
el exorcismo de un misionero,

y la muchacha
est� curada.

- �Bendito sea Dios!
- Am�n.

Pero, �qu� casa es esta?

�Qu� diablos es este tabl�n?

Necesita una cama adecuada
y algo para sentarse.

- Con esto es suficiente.
- Ya veo.

�Y la comida?

- Todav�a tengo dinero, querido amigo.
- Debes tener mucho.

Pero tengo m�s y est� a su
disposici�n. Mire esta carta.

"Jo�o da Cruz est� autorizado
a ayudar a mi hijo, Sim�o,

realizando todos los gastos
que sean necesarios,

comprometi�ndome a pagar todas las facturas
que me sean presentadas con su firma."

Es justo, porque es
mi parte de la herencia.

Ordene, no tema,
y pida por su boca.

- Comprar� lo que sea necesario.
- Abra su coraz�n para otro servicio m�s valioso.

D�game, noble se�or.

Entregar� una carta en Monchique,
para Teresa de Albuquerque.

Parece que al diablo
le gusta jugar conmigo.

Deme la carta.

El padre de ella est� aqu�.
�Ya sab�a?

No.

Pues est� aqu�.

Y si el diablo nos junta, no s�
si le estrellar� la cabeza contra una pared

y lo cuelgue por el cuello
de la rama de un alcornoque.

�La carta debe
tener respuesta?

Si recibes una,
mi buen amigo.

El herrero lleg� mientras
un oficial de la justicia,

dos m�dicos, y Tadeu de Albuquerque
estaban en el patio del convento.

El juez orden�

que los dos m�dicos entraran a examinar
al inv�lido a petici�n de su padre.

Doctor, �tiene permiso eclesi�stico
para entrar en Monchique?

Permiso eclesi�stico
no tenemos, pero...

Sin permiso eclesi�stico,
las puertas del convento no se abren para nadie.

Los m�dicos le dijeron a Tadeu de Albuquerque
que as� eran los monasterios

y que no hab�a nada
que discutir.

El herrero reflexion� sobre
c�mo entregar�a la carta.

- �Madre superiora!
- �Qu� quiere usted?

�Podr�a decirle a
la Sra. Teresa de Viseu

que est� aqu� el padre
de la muchacha del campo?

- �Y qui�n es Ud.?
- El padre de la muchacha del campo.

Lo conozco.

- Piensa en lo que est�s haciendo.
- �Tu hija me escribi�?

S�, se�ora, aqu� est� la carta.
La pondr� aqu�.

Qu� ingenioso es el amor.

Dios permita que esas noticias de la
muchacha del campo te alegren el coraz�n.

Teresa respondi� con besos
la jovialidad de la santa se�ora

y se retir� para leer
la carta y responderla.

�Ves a esa pobrecilla
sentada all�?

S�, se�ora,
y la conozco.

�C�mo diablos termin� aqu�
esta mujer?

Pens� en ello despu�s que
la reprendieron. Pobrecilla...

Habla en voz baja. Cuando traigas
las cartas, d�selas a ella.

Ya la envi� a la c�rcel,
pero no la dejaron entrar.

Muy bien, creo que
es una buena soluci�n.

- Ve con Dios, ni�a. Dame tu carta.
- Te la dar� aqu�.

La Divina Providencia
tuvo compasi�n de Sim�o ese d�a.

Que Mariana recuperara la cordura
y poder tener correspondencia con Teresa

fueron la mayores alegr�as
que pudieron caer del cielo.

Le dir� otra cosa
que no pensaba decirle.

�Qu�?

Mariana vino conmigo,

y por unos dolores
se qued� en la posada.

Pero ma�ana estar� aqu�
para preparar la comida y barrer la casa.

Mi mala suerte est� arrastrando
a tu hija a mi abismo.

Pobre �ngel de la caridad.
Qu� digna es del cielo.

�Qu� est�s predicando
el se�or?

Parece como triste
por estas noticias.

Sr. Jo�o, no deje aqu�
a su querida hija.

D�jeme verla.
Tr�igala una sola vez,

pero no la deje quedarse.
No puedo obstruir el destino de Mariana.

No puede vivir sola en Oporto
y sin conocer a nadie.

Es hermosa y la perseguir�n,
como es de esperar.

�La perseguir�n?
�Maldici�n!

No, ella no dejar�
que la persigan.

.Que vengan, pero que
dejen sus cuernos en casa.

Amigo m�o, las mujeres
son como las peras verdes.

Un hombre la toca, y si
la encuentra dura, no la come.

La muchacha es como su madre.

�Y va a privarse de
la compa��a de su hija?

Ya me las arreglar�.

Tengo una cu�ada vieja.
Me preparar� algo de sopa.

Y su se�or�a no se quedar�
mucho tiempo.

As� como as�, le dir�
lo que tengo que decirle.

Si no me hubiera ido a Oporto,
habr�a salido mal.

Porque no soy tonto, se�or.

S� que ella siente
una gran pasi�n por Ud.

Es su destino.

�Qu� puedo hacer?

No se preocupe,

Al Sr. Sim�o no le va
a pasar nada malo,

o no queda ning�n honra
en este mundo.

Tal vez podr�a casarme con su hija,
mi noble amigo.

�Casarte con ella?
Yo no he pensado en eso. Ni ella.

Soy un herrero

y ella solo puede ser su criada.
Y nada m�s, Sr. Sim�o.

Pero...

�Quieres saber algo?

Quiero que mis amigos sean tan desgraciados
como usted si se casa con la pobre muchacha.

No hablemos m�s de esto.
Es un milagro si lloro,

pero cuando empiezo,
no puedo parar.

Volvamos a lo nuestro.

Esa mesa debe
quedarse aqu�,

la c�moda all�,

dos sillas de este lado,

y otras dos all�.

Manuel Botelho
volvi� de Minho

y lleg� con la se�ora a Oporto 15 d�as
despu�s del encarcelamiento de Sim�o.

Manuel Botelho fue a la c�rcel
y su hermano lo recibi� fr�amente.

Nunca estuvieron de acuerdo,
ni se estimaban,

pero la desgracia de Sim�o redimi� los defectos
de su genio fatal que lo hab�a dejado hu�rfano,

y s�lo le dej� un recuerdo melanc�lico
de su hermana Rita.

Cu�ntame la historia
de tu desgracia.

Est� en los documentos
del juicio.

- �Hay esperanza de libertad?
- No lo creo.

Tengo poco que ofrecer,
muy pocos recursos,

pero si necesitas ropa,
compartir� la m�a contigo.

No necesito nada.

S�lo recibir� limosnas
de esa mujer.

Manuel se hab�a
fijado en Mariana

y su belleza le hab�a llevado
a hacer juicios equivocados.

�Qui�n es esa muchacha?

Un �ngel, es todo
lo que puedo decirte.

Soy la criada del Sr. Sim�o
y ahora de su se�or�a.

- �Eres de Oporto?
- No, yo viv�a cerca de Viseu.

- �Siempre has acompa�ado a mi hermano?
- Tu curiosidad me incomoda, hermano.

No era mi intenci�n ofender.

- �Deseas algo de nuestra madre?
- Nada.

Gracias a la polic�a hemos
descubierto que en esta posada

est� un hijo
de Domingos Botelho.

Vinimos aqu� para decirle
que estamos a su disposici�n.

�Esta se�ora es su esposa?

- No es mi esposa, es mi hermana.
- �Su hermana? �Cu�l de ellas?

Las vi hace 5 a�os en Viseu,
pero no la recuerdo bien.

- �Es la Sra. Do�a Ana Amalia?
- Exactamente.

Sin duda es usted hermosa,
pero se ve completamente diferente.

- �Viniste a visitar a Sim�o?
- S�, se�or. A ver a mi pobre hermano.

�l fue un rayo que golpe�
a esta familia,

pero puede estar seguro
de que no ser� condenado.

Dile a tu madre
que dije eso.

Mi corte est� dispuesta a reducir el castigo
a 10 a�os de exilio en la India.

Sim�o mat� y confes�
con soberbia que mat�.

Y niega que fue
en defensa propia.

Es un loco desgraciado
con nobles sentimientos.

- �Y la muchacha que caus� todo esto?
- Es una hero�na.

Desde que se enter� que era posible
reducir la pena de Sim�o,

est� mucho mejor, y se salv�,
seg�n su m�dico.

�La conoce bien, se�ora?

Muy bien.

- Dicen que es bell�sima.
- S�, es bell�sima.

Muy bien.

Entr�guele este abrazo
a su padre

y d�gale que su disc�pulo est� aqu�,
leal y dedicado como siempre.

Y otro abrazo para
su virtuosa madre.

Tengo mis sospechas.

Hace un a�o Manuel Botelho huy� a Espa�a
con una mujer casada.

La mujer que vimos
no es su hermana.

Si minti�, es un brib�n.
Nos hizo reverenciar a una concubina.

- Voy a averiguar eso.
Manuel ya estaba en Vila Real,

tratando de encontrar una modesta casa
para los azorianos con la ayuda de su indulgente madre.

Domingos Botelho dijo
que no quer�a ver a su hijo,

advirtiendo que era
considerado un desertor.

Soy el padre de Manuel.

Conozco su historia, se�ora.

�l es un infame
y usted es la v�ctima.

El castigo suyo comenz� en el instante en que
se dio cuenta que hab�a practicado un acto vergonzoso.

Aunque a�n no se haya
dado cuenta, as� ser�.

�De d�nde es?

De la isla de Fayal.

- �Tiene familia?
- A mi madre y hermanas.

- �Su madre aceptar�a que usted pida refugio?
- Creo que s�.

- �Su madre aceptar�a que usted pida refugio?
- Creo que s�.

�Sabes que Manuel
es un desertor?

- �Y que ahora est� preso o fugitivo?
- No lo sab�a.

Quiere decir que ahora
no tiene protecci�n de nadie.

�Por qu� no va
con su madre?

No tengo dinero.

�Quiere partir hoy mismo?

En la puerta de la posada,
encontrar� una litera

y una criada que
le acompa�ar� a Oporto.

All� entregar� una carta.

La persona a la
que le escribo

es la encargada
de llevarla a Lisboa.

All�, otra persona la llevar� al
primer barco que sale hacia las Azores.

�Entendido?
�Acepta?

Beso las manos
de su se�or�a.

Una desafortunada como yo
no podr�a esperar tanta generosidad.

Jo�o da Cruz,
el 4 de agosto de 1805,

se sent� a la mesa, triste
y sin apetito para almorzar.

�No vas a comer, Jo�o?

- No puedo pasar bocado.
- �Qu� tienes?

Echo de menos a la muchacha.

Dar�a todo por tenerla aqu�.

�Maldito sea
el infortunio de mi vida!

Si no le hubiera disparado
al conductor de la mula,

no tendr�a ning�n problema
con el juez.

Y el destino del hijo
ser�a indiferente.

Si la extra�as, m�ndala a buscar
y luego la env�as de vuelta.

No es algo que har�a
un hombre como yo, Josefa.

Sin ella, el muchacho
morir� tras las rejas.

Es algo que se
me ocurri� justo hoy.

�Sabes qu�?

- �Al diablo el dinero! Ma�ana ir� a Oporto.
- Eso es lo que debes hacer.

Est� decidido.

�Qu� sigues pensando?

Parece cosa del demonio, mujer.

�La muchacha estar�
enferma o muerta?

��ngel bendito de
la Sant�sima Trinidad!

�Piensa en lo que
est�s diciendo, Jo�o!

Mi �nimo est� tan negro
como esa sart�n.

Es flatulencia.

Ve a tomar aire.

Trabaja un poco, distr�ete.

Te ahogar�, cosa malvada
que perturba mi alma.

�Saludos!

Saludos.
�El animal se ve saludable!

No est� enfermo.
�Es usted el Sr. Jo�o da Cruz?

- Para servirle.
- Vine a pagar una deuda.

�A m�?
Ud. no me debe nada que yo sepa.

Yo no le debo, es mi padre.
Y me encarg� que le pagara.

�Y qui�n es su padre?

Era un rastreador de mulas en Car��o
llamado Bento Machado.

�Me mataron, Mariana!

�No te volver� a ver!

Duerme tu sue�o eterno,

sin que un tribunal te pida responder
por las vidas que tomaste...

o c�mo viviste la tuya.

Pero si hay un lugar
de castigo y misericordia,

las l�grimas de tu hija han de redimirte
delante del Juez Supremo,

y contar�n a tu favor.

�Auxilio! �Auxilio!
�Ay, Cristo!

�Auxilio!

�Mataron a mi cu�ado!
�Auxilio! �Auxilio!

�Mataron a mi cu�ado!

Mariana fue a Viseu para recibir
la herencia paterna.

Vendi� la tierra y le dej� su casa
a la t�a que hab�a nacido en ella,

y donde se cas� su padre.

Recibida la herencia,
regres� a Oporto

y le confi� su capital
a Sim�o Botelho,

diciendo que tem�a ser robada
en la casa donde viv�a.

�Por qu� vendiste
tus tierras, Mariana?

Porque no tengo
intenci�n de volver.

�No? �Y ad�nde ir�s
cuando me env�en al exilio?

�Te quedar�s en Oporto?

- No, se�or. No me quedar�.
- �Entonces?

Le har� compa��a a su se�or�a,
si as� lo desea.

Esperaba esa respuesta,
Mariana.

Y sab�a que no
me dar�as otra.

�Pero sabes lo que es
el exilio, amiga m�a?

He escuchado muchas veces
lo que es, Sr. Sim�o.

Es una tierra m�s caliente
que la nuestra,

pero tambi�n hay pan
y se vive.

Uno muere abrasado por
el sol enfermo de ese cielo.

Uno muere de nostalgia
por la patria.

Y muchas veces de maltrato
en las galeras.

No es tanto as�.

Se lo he preguntado muchas veces
a la mujer de un preso,

que cumpli� 10 a�os
de condena en la India.

Y vivi� muy bien en una tierra
llamada Solor, donde ten�a una tienda.

Si no fuera por la nostalgia,
ella dir�a que �l nunca iba a volver.

Porque la vida era mejor
all� que aqu�.

�Y supongamos que me muero
al llegar?

No hablemos de eso,
se�or Sim�o.

Hablemos, porque voy a sentir
la responsabilidad de tu destino.

�Y si muero?

Si el se�or muere,

- yo tambi�n sabr� c�mo morir.
- Nadie muere cuando quiere, Mariana.

Oh, ellos s�.

Y tambi�n viven
cuando quieren.

- Do�a Teresa ya me lo dijo.
- �Qu� dijo?

Que se estaba muriendo,

y cuando su se�or�a lleg� a Oporto,
su llegada la volvi� a la vida.

Hay mucha gente as�,
se�or Sim�o.

Y lo que es m�s,
la noble se�ora es d�bil.

Soy una mujer de campo
preparada para todo tipo de trabajo.

Y si fuera necesario
lastimarme un brazo...

y dejar que la sangre
corra hasta morir,

lo har�a.

Esc�chame, Mariana.

�Qu� esperas de m�?

�Qu� debo esperar?

�Por qu� dice eso,
se�or Sim�o?

Los sacrificios que has hecho
y quieres hacer por m�,

s�lo pueden tener
una recompensa.

Abre tu coraz�n, Mariana.

�Qu� quiere que le diga?

Conoces mi vida tan bien
como yo, Mariana.

La conozco,

pero �qu� pasa?

�Sabes que estoy unido por la vida
y por la muerte a esa desafortunada se�ora?

�Y?

�Qui�n dice lo contrario?

Los sentimientos de tu coraz�n
s�lo puedo responderlos con amistad.

�Y acaso le he pedido
m�s que eso, se�or Sim�o?

No, Mariana.

Pero el peso de esta situaci�n
me hace infeliz.

�Y por qu� lloras?

Eso es ingratitud.

No merezco que me diga
palabras tan duras.

No me has comprendido.

Soy infeliz porque
no puedo hacerte mi esposa.

El esp�ritu de Mariana no pod�a
ponerse a la par de esas palabras,

pero su coraz�n adivin�
los pensamientos de �l.

Tienes 26 a�os, Mariana.

�Vive! No puedes vivir tu vida
sufriendo en silencio.

Si me quedo en mi patria,
libre o preso,

le pedir� a mi hermana que terminara
la obra de tu generosa compasi�n.

Pero no vendr�s conmigo
a �frica,

porque s� que volver�s a casa sola
despu�s que yo cierre los ojos para siempre.

Decidir� qu� hacer cuando
el Sr. Sim�o se vaya al exilio.

Pi�nsalo ahora, Mariana.

No tengo que pensarlo.

- Ya he tomado mi decisi�n.
- Dime, amiga m�a.

�Cu�l es tu decisi�n?

Cuando me d� cuenta
de que ya no soy �til,

me quitar� la vida.

�Cree que me cuesta
mucho matarme?

�El Sr. Sim�o
puede vivir sin m�?

Paciencia.

No puedo.

Ir�s.

Ir�s conmigo, hermana m�a.

A partir de ahora,
piensa en nuestra miseria com�n.

Es un veneno que
beberemos juntos.

Desde ese d�a, una exultaci�n secreta
enloqueci� en el coraz�n de Mariana.

Pero no exageremos la abnegaci�n.
El coraz�n de Mariana era el de una mujer.

Ella lo amaba y ten�a
celos de Teresa.

Sin embargo, nunca dud� en aceptar
de las manos de Teresa o de la mendiga...

las cartas para Sim�o.

Despu�s de 7 meses, el tribunal conmut� la
�ltima condena a 10 a�os de exilio en la India.

El padre del condenado se fue a Lisboa a luchar
contra las poderosas influencias de Tadeu de Albuquerque.

Domingos Botelho gan�, impulsado m�s
por orgullo que por amor paternal,

y obtuvo del pr�ncipe-regente que
el prisionero cumpliera su condena en Vila Real.

Y obtuvo del pr�ncipe-regente que
el prisionero cumpliera su condena en Vila Real.

Teresa le pidi� a Sim�o que aceptara
la condena de 10 a�os y esperara all� por ella.

Diez a�os. En diez a�os mi padre
habr� muerto y yo ser� tu esposa.

Le pedir� al rey
que te perdone,

si no has terminado
de cumplir tu condena.

Si vas al exilio,
te perder� para siempre, Sim�o,

porque morir�s,

o no te acordar�s de m�
cuando regreses.

C�mo te enga�as,
pobre Teresa.

En las horas en que tus d�biles fuerzas
vitales se te concentran en el coraz�n

En las horas en que tus d�biles fuerzas
vitales se te concentran en el coraz�n.

Si por amor o misericordia,

un condenado aceptara
los cerrojos 3650 veces,

en sus largas
noches solitarias,

aun as�, Teresa,

soportar�as la piedra sepulcral
que te doblega cada hora que pasa.

En la carta a Teresa,
Sim�o respondi�:

�No esperes nada, m�rtir!
Ir�.

Odio a mi patria,
odio a mi familia.

Todo este suelo aparece ante mis ojos
cubierto de horcas.

Y cuando hombres hablan mi lengua,

parece que oigo susurrar, continuamente,
las maldiciones del verdugo.

Apaga la luz
de mis ojos,

pero quiero
la luz del cielo.

Quiero ver el cielo
en mi �ltima mirada.

No me pidas que acepte
10 a�os de prisi�n.

S�lvate t� si puedes, Teresa.

Renuncia al encanto
de un pobre tonto.

Si necesitas un amanecer tranquilo,
vive para la felicidad de ese d�a.

De lo contrario,
muere, Teresa,

porque la felicidad
est� en la muerte.

Las �nicas palabras de Teresa
en respuesta a esa carta,

fue una significativa
expresi�n de infelicidad.

Siguieron varios d�as
de malestar.

Sim�o Botelho no respond�a
a las preguntas de Mariana.

Presumiblemente privado por la voluptuosa
angustia de su propia aniquilaci�n.

La criatura puesta por Dios
para vigilar esos tumultuosos 18 a�os, llor�.

Pero cuando Sim�o vio
las l�grimas de Mariana,

pas� de un quieto mutismo
a un estallido de angustia.

Morir� Sim�o, morir�.

Perd�nate t� mi destino.

Te he perdido.

Sabes el destino que hubiera
querido darte. Me muero,

porque no puedo,
y nunca podr� rescatarte.

Si puedes, �vive!

No te pido que mueras, Sim�o.

Quiero vivas para llorar.

Mi esp�ritu te consolar�.

Estoy tranquila.
Veo el amanecer de la paz.

Adi�s, nos vemos
en el cielo, Sim�o.

Pasaron otros seis meses,

y Teresa viv�a, pero le dijo
a sus desconsolados compa�eros,

que sab�a con certeza
el d�a de su muerte.

El 10 de este mes, el condenado
recibi� la orden de partir

en el primer barco
desde Douro hasta la India.

En esa �poca los barcos
iban all� a recoger los desterrados

y recib�an en Lisboa a
aquellos con igual destino.

Ning�n obst�culo impidi�
el embarque de Mariana,

quien se present� al inspector
como un dom�stica, abordando con su amo.

"Y el embarque vali� la pena",
dijo el magistrado burlonamente.

Sim�o Botelho, a petici�n del juez Mosqueira
y por orden del oficial de justicia,

no iba amarado con cuerdas
al brazo de un compa�ero.

El magistrado, fiel amigo
de Do�a Rita Preciosa,

subi� al barco e hizo recomendaciones
al comandante con respecto al convicto Sim�o.

En la v�spera de ese d�a,
Teresa hab�a pedido los sacramentos,

y recibi� la comuni�n
en la reja del coro.

Esa noche la pas� sentada junto al santuario
de su t�a, que rez� toda la noche.

Al amanecer, Teresa ley�
una por una las cartas de Sim�o.

Las escritas a orillas del Mondego

conmovi� su coraz�n
hasta derramar copiosas l�grimas.

Eran himnos a la esperada felicidad.

Recogi� p�talos sueltos.
Casi todos se deshicieron

y, contempl�ndolos, dijo:

�Ves?
Son como mi vida.

Enroll� las cartas,

y las at� con cintas de seda
tomadas de racimos de flores secas

que Sim�o, dos a�os antes,
hab�a arrojado desde su ventana.

Por caridad, encuentra a la mendiga
para llevarle el fardo al Sr. Jo�o Botelho.

S�, mi ni�a.

Ella postrada, durante m�s
de media hora, ante la santa imagen,

que trajo desde Viseu,

ante la cual su madre
y su abuela hab�an orado.

Y en cuyo rostro compasivo
se hab�an extinguido

los �ltimos rayos de luz
de las dos moribundas.

El juez Mour�o Mosqueira...

le entreg� a Sim�o el oro
enviado por su madre.

Sim�o acept� el dinero.

y, en presencia de
Mour�o Mosqueira,

pidi� al capit�n que lo repartiera
entre los camaradas en exilio.

�Est� loco, Sr. Sim�o?

Tengo la locura de la dignidad.

Por amor a mi dignidad,
estoy perdido.

Ahora quiero ver qu� extremos infortunios
puede causarle a sus amantes.

La caridad no es humillante si
se hace de coraz�n, y no por deber.

No conozco a la persona
que me envi� este dinero.

- Es su madre.
- No tengo madre.

�Su excelencia querr�a devolver
esta caridad rechazada?

No, se�or.

Entonces,

se�or comandante,

cumpla con lo que pido

o tirar� esto al r�o.

- �D�nde est� Monchique?
- Est� all�, se�or Sim�o.

Sim�o recibi� el rollo
de cartas de Teresa.

Se dio cuenta de que la primera
no era de ella, pero no la abri�.

Se dio la orden de levar anclas
y desatar los amarres.

Sim�o, apoyado en el parapeto del barco,
con ojos fijos en el horizonte,

vio un pa�uelo ondeando.

El barco, ahora a la mar,
se alej� del convento.

Sim�o distingui� un rostro y unos brazos
colgando tras las barras de hierro.

"�Era Teresa?"
- le pregunt� Sim�o a Mariana.

"S�, se�or, es ella",

respondi� con un gemido ahogado
la generosa criatura.

sintiendo que
el alma del condenado

pronto seguir�a al alma
de la que se hab�a perdido.

Una nube en el horizonte
y una repentina ondulaci�n de las olas

caus� la suspensi�n del viaje,
anunciada por el capit�n.

En seguida, un barco naveg�
desde la ensenada con el piloto principal.

M�s tarde, el viaje fue pospuesto
para el d�a siguiente.

Por la noche, el capit�n
regres� desde tierra firme

y contempl�, con ojos empa�ados
por las l�grimas, a los exiliados

que contemplaban las primeras
estrellas en el mirador?

�La buscas en el cielo?

- �Si la busco en el cielo?
- S�...

En el cielo debe estar.

- �Qui�n, se�or?
- Teresa.

�Teresa?

- �Muri�?
- S�.

All�...

en el mismo mirador
donde estaba saludando.

Coraje, pobre desdichado, coraje.

Los hombres de mar
tambi�n creen en Dios.

Cuenta con que los cielos
se abrir�n para ti,

gracias a las s�plicas
de ese �ngel.

Todo est� terminado.

Aqu� estoy.
Libre para la muerte.

Estimado capit�n,

no me suicidar�.

Puede dejarme.

Le pido que se retire
a su camarote.

La suya est� al lado del m�o.

- �Es obligatorio retirarse?
- Para Su Se�or�a no hay obligaciones.

Se lo pido, no lo ordeno.

Me retirar� y le agradezco
su compasi�n.

- �Y esta infeliz?
- Ella le seguir�.

Hable, Sr. Sim�o.
Desah�guese y llore.

Ya llor�, se�or.

Nunca me imagin�
una angustia como la suya.

Y he visto eventos horribles,
tanto en tierra como en mar.

Cuando en Miragaia hablaron
de la muerte de esa se�ora,

le ped� a alguien en el convento
que me llevara a escuchar la triste historia.

Una monja me la cont�,
pero eran m�s gemidos que palabras.

Supe que, mientras baj�bamos
por el r�o, ella grit� fuerte:

"Sim�o, adi�s,
hasta la eternidad."

Cay� en los brazos
de una criada.

La criada grit� y otros
llegaron al mirador.

La llevaron adentro, ya media muerta,
y no la oyeron pronunciar una palabra m�s.

Despu�s me contaron
todo por lo que ella pas�,

del amor que sent�a
por usted,

y mil muertes all� sufridas,
cada vez que esa esperanza mor�a.

�Pobre muchacha!
�Y qu� joven tan desdichado eres!

Por poco tiempo.

Creo que s�,
por poco tiempo.

Pero si sus amigos
pudieran salvarlo, se�or,

ser�a en la India,
m�s fiable que en Portugal.

Le doy mi palabra de honor...

de llegar al virrey
en su residencia en Goa.

Prometo asegurarle
una nueva vida decente,

y todas las comodidades que hacen la vida
tan saludable en Asia.

y todas las comodidades
que hacen la vida tan saludable en Asia.

No se deje intimidar por la idea
del exilio, Sr. Sim�o.

Viva, trate de ser usted mismo,
y ser� feliz.

Silencio.
Por piedad, se�or.

S� que es temprano para
planear para el futuro.

Disculpe la simpat�a
que me inspira indiscreci�n,

pero acepte mi amistad
en estos momentos de tribulaci�n.

La acepto y la necesito.

Mariana, ven aqu�
si este noble lo permite.

Esta mujer ha sido
mi providencia.

Gracias a ella, no pas� hambre
en 2 a�os y nueve meses de c�rcel.

Ella vendi� todo para mantenerme.

Esta criatura vino
aqu� conmigo.

Resp�tela profundamente, se�or,

porque es tan pura como la verdad
debe ser en los labios de un moribundo.

Si yo fuera a morir, capit�n,

por favor, prot�jala con su caridad,
como si ella fuera mi hermana.

Si quiere volver
a su patria,

prot�jala durante el viaje.

�Me promete eso, se�or?

Lo juro.

Tengo fe en tu futuro,
amiga m�a.

Yo ya la ten�a,
se�or Sim�o.

A medianoche, Sim�o alcanz� con brazo
tembloroso las cartas que Teresa le hab�a enviado,

y contempl� por un rato la de arriba,
que era de ella.

Rompi� el sello y se acomod�
para aprovechar la d�bil luz de la l�mpara.

La ley� durante
un largo rato.

Oh, Sim�o,

de un cielo
tan lindo ca�mos.

Es mi esp�ritu quien
te habla ahora, Sim�o.

Tu amiga muri�.

Tu pobre Teresa descansa.

Deb� haberte evitado
esta �ltima tortura.

No deb� haberme aparecido,

pero perd�nale a tu esposa
del cielo esta falta,

por el consuelo de hablar
contigo a esta hora,

las �ltimas horas
de la noche de mi vida.

Dentro de poco,
viajar�s miles de leguas...

y no me encontrar�s
en ninguna parte.

Te esperar� en el otro mundo,

y pide al Se�or que te salve.

Si pudiera enga�arte,
amigo m�o,

�pensar�as que es mejor
que yo est� viva,

con la esperanza de verte
regresar del exilio?

Quiero que digas:

"Est� muerta,

y muri� cuando borr�
mi �ltima esperanza".

Esta no es una lamentaci�n,
Sim�o, no.

Si pudiera verte feliz
en ese mundo.

Feliz, t�,
mi pobre condenado.

Sin querer, mi amor
ahora te lastimar�a,

crey�ndote incapaz
de la felicidad.

Morir�s de anhelo...

si el clima del exilio
no te mata.

La vida era hermosa, Sim�o.
Si s�lo la tuvi�ramos.

Estoy viendo la casa que describiste
frente a Coimbra.

Rodeada de �rboles,
flores y p�jaros.

Tu imaginaci�n paseaba conmigo
a orillas del Mondego,

en la hora absorta
del crep�sculo.

Yo era una ni�a
hace tres a�os, Sim�o,

pero ya sent�a
tus anhelos de gloria...

y cre�a que los ten�as por m�.
Si me dec�as...

como lo hiciste
muchas veces,

que no ser�as nada
sin el est�mulo de mi amor.

�Oh, Sim�o,

de un cielo
tan lindo ca�mos!

T�...

abordaste la nave
de los exiliados.

Y yo...

en la sepultura.

�Qu� importa morir si ya no
tendremos esperanza en esta vida?

�Y qu� ser�a de tu vida
sin tu compa�era de martirio,

que ciegamente sigui� la estrella
de tu desafortunado destino?

Adi�s.

Rompi� la ma�ana.

Vi mi �ltima aurora.

La �ltima de mis 18 a�os.

Bendito seas, Sim�o.

Que Dios te proteja...

y te libre
de una larga agon�a.

Adi�s.

A la luz de la eternidad,
parece que ya te veo, Sim�o.

Adi�s.

- �Qu� pasa, se�or Sim�o?
- �Estabas aqu�, Mariana?

- �Quiere subir a cubierta, se�or Botelho?
- Iremos juntos.

Sim�o a�adi� la carta de Teresa
a su fardo, y se fue tambaleando.

El capit�n caminaba de proa a popa,
vigilando a los exiliados.

El marinero quer�a decirle palabras
reconfortantes, pero pensaba para s�:

"�Qu� decirle a un hombre
que sufre as�?"

No me suicidar�.

Si su generosidad, se�or Capit�n,
se basa en que yo viva,

puede dormir tranquilo,
no me suicidar�.

Pero, �puedo hacerme el honor
de acompa�arme al camarote?

Ir�, pero sufrir� m�s, se�or.

�ngel de compasi�n,
siempre conmigo.

Teresa fue mucho
m�s desgraciada.

�Quiere bajar a la camarote?

No podr�a.

Cuida de m�, hermana m�a.

Por la ma�ana, un m�dico subi�
a bordo a petici�n del capit�n.

Al examinar al condenado,
dijo que ten�a una fiebre maligna,

y que posiblemente hallar�a
su sepultura camino a la India.

Mariana escuch� el diagn�stico
y no llor�.

A las 11, el barco entr�
a mar abierto.

A las ansiedades de la enfermedad
se agregaron las n�useas.

A pedido del capit�n, Sim�o
tom� algunos remedios

que fueron expulsados
con el v�mito.

En el segundo d�a de viaje,
Mariana le dijo a Sim�o:

Si mi hermano muere,

�qu� debo hacer
con las cartas en la caja?

Si mi hermano muere, �qu� debo
hacer con las cartas en la caja?

Si muero en el mar, Mariana,

arroja todos
mis papeles al mar.

�Todos!

Incluso las cartas
debajo de mi almohada.

Si muero,

�qu� vas a hacer, Mariana?

Morir�, se�or Sim�o.

�Morir�s?

He hecho tanta
gente desdichada.

En el cuarto d�a, apareci�
una tormenta repentina.

El nav�o hab�a navegado
muchas millas y se desorient�.

En el sexto d�a, el tim�n
se rompi� frente a Gibraltar.

Despu�s del desastre,
las olas se calmaron,

y al amanecer del d�a siguiente,
inici� un hermoso d�a de primavera.

Mariana hab�a envejecido.

Parecer�a que vuelves de la India
despu�s de pasar 10 a�os de trabajo.

Ya terminado, por supuesto.

La casa frente a Coimbra...

rodeada de �rboles,
flores y p�jaros.

Paseabas conmigo
a orillas del Mondego,

en la hora absorta
del crep�sculo.

De un cielo tan lindo ca�mos.

Tu amiga muri�;
tu pobre Teresa.

�Y qu� har�as en la vida
sin tu compa�ero de martirio?

Ofr�cele a Dios tu sufrimiento...

y as� yo pueda
ser perdonado, Mariana.

Te unir�s a nosotros,
somos tus hermanos en el cielo.

Ser�s la m�s pura
de los �ngeles...

si eres de este mundo, hermana.
Si eres de este mundo, Mariana.

�Est� muerto!

Lleg� la hora de dar sepultura
a nuestro afortunado amigo.

Afortunado es morir cuando vienes
a este mundo con tal estrella.

Pase, Sra. Mariana,
vaya al camarote,

porque hay que sacar
al difunto de aqu�.

Mariana tom� las cartas
de debajo de la almohada...

y fue a una caja a buscar
los papeles de Sim�o.

Las enroll� en el delantal
que hab�a contenido sus l�grimas,

lloradas los d�as de su locura,

y asegur� el paquete
a su cintur�n.

El cad�ver fue envuelto en una manta
y llevado a cubierta.

Mariana lo sigui�.

Desde ni�o, o�a contar
la triste historia de mi t�o paterno,

Sim�o Antonio Botelho.

Mi t�a, su hermana,
impulsada por mi curiosidad,

estaba siempre dispuesta a repetir
los hechos relacionados con su juventud.

Sab�a que en la casa de mi hermana estaban
escondidos los paquetes de cartas viejas,

tendiendo a aclarar
la nebulosa historia de mi t�o.

Le ped�, a los que lo hab�an conocido,
noticias y el m�s m�nimo detalle

para involucrarme plenamente
en este trabajo.

Escrib� la novela en 15 d�as,
los m�s atormentados de mi vida.

Tan horrorosos recuerdos
tengo de ellos,

que nunca m�s abrir�
"Amor de perdici�n".